lunes, 5 de diciembre de 2011

El Carmen celebra sus Fiestas de la Loza


Como un homenaje a la época dorada de la cerámica, nombrada así por la existencia de grandes fábricas de loza, talleres familiares y la cantidad de carmelitanos que vivían de este oficio, se celebra en El Carmen de Viboral las tradicionales Fiestas de la Loza, del 2 hasta el 7 de diciembre.
La comunidad carmelitana gozará de actividades culturales que incluyen el cuarto Foro Regional Territorio, Cultura y Turismo; el Museo Vivo de la Cerámica y encuentros de danza “Andanza”. Además, se realizará el concurso de alumbrados y el tradicional trueque ambiental en el parque principal de este municipio.
Para Isabel Cristina Blandón, comunicadora de la Casa de la Cultura del municipio, “estos encuentros culturales deben seguir rescatándose en la celebración de las fiestas tradicionales, pues en años anteriores se ha descuidado el mismo oficio ceramista para disfrutar de una espectáculo musical solamente”.
Por otro lado, la programación artística hace partícipe a diversos grupos musicales. De esta manera los carmelitanos disfrutarán de los Tucanes de Oriente, el Grupo Musical Mirasol, el Bobo del Carmen, Darío Gómez “El Rey del despecho”, Carlos Arturo “El señor del Bolero”, Golpe a Golpe, los Corraleros del Majagual, entre otros.

domingo, 9 de enero de 2011

Embajadores del Pueblo


Durante 123 años de tradición musical la Banda Municipal de El Carmen de Viboral ha acompañado las festividades religiosas, cívicas y populares de este pueblo.
Por Lizeth Daniela Ramírez, Laura Beatriz Zuluaga y Marisol Gómez C.


El forjador de una tradición centenaria
Eran finales del siglo XIX, cuando once músicos de El Carmen de Viboral se desplazaban a lomo de mula por caminos adornados de piedra, fango y charcos para ofrecer una retreta a los campesinos del municipio o animar las fiestas patronales de otros pueblos antioqueños.
Mientras caminaban a pie, bajo un sol despiadado, los artistas que también laboraban como agricultores, zapateros y carpinteros, recostaban sobre su espalda trombones, cornos, tubas y bombos que un par de décadas antes habían entrado al país por los puertos de Barranquilla y Buenaventura, provenientes desde Europa.
Así fueron las primeras retretas de la Banda Municipal de El Carmen de Viboral, fundada en 1887 por Bernardo Giraldo Aristizábal, un ‘talentoso y riguroso’ joven músico carmelitano que logró conformar otras agrupaciones musicales en los municipios de El Retiro, Montebello, Sonsón, Santa Bárbara y Valparaíso.
Bernardo Giraldo Serna, nieto de este músico, y quien años más tarde heredaría este legado musical, recuerda que cada viernes llegaban a la casa de su abuelo un grupo de jóvenes de otros municipios, para que éste les enseñara a leer la partituras saturadas de compases y figuras musicales. “Al día siguiente, los muchachos le pagaban las clases a mi abuelo trabajándole en la finca”, comenta el artista.
A las estrictas clases también asistían los hijos del creador de la agrupación: José, Francisco, Pedro y Cesario Giraldo Londoño, y dos de sus nietos Luis y Jesús Giraldo; siendo estos los primeros herederos de esta tradición que todavía hoy marca a los descendientes de varias generaciones de la familia Giraldo.
Poco a poco, y bajo una rigurosa y estricta enseñanza,  los jóvenes aprendieron a interpretar marchas y guabinas en los conciertos en honor a los políticos del departamento que visitaban el pueblo. En esas ocasiones los ensayos eran más largos y exigentes, al menos así lo manifestó Luis Enrique Giraldo, nieto del fundador, para El Carmen de Viboral: Revista apolítica de interés cultural y cívico, una extinta revista del municipio: “Él era muy bravo porque necesitaba prepararnos muy bien (…) A mí una vez me quitó los palos del redoblante porque llevaba un compas deficiente”.
Sin embargo, poco importaban los regaños del director o los insuficientes 5 pesos que en ese entonces ganaban los músicos por cada presentación, de acuerdo a los datos recolectados en El Inventario Musical del Oriente Antioqueño, publicado en 1991 por la Dirección de Extensión Cultural del departamento. Según esta publicación, para estos artistas del pueblo lo más importante era la satisfacción de pasear haciendo música, llevando alegría a los públicos y territorios a los que llegaban; algunos de ellos, lugares tan recónditos “que los niños no conocían más música que las canciones de cuna que les cantaba su mamá”.
Por más de 40 años duraría esta pasión artística bajo la dirección de Bernardo Giraldo Aristizábal, una naciente tradición que marcaría la vida de muchos niños, jóvenes y adultos carmelitanos. 
Hoy poco se conoce de este artista, el músico fundador de esta banda fiestera, y de los artistas que siguieron su batuta. En la actualidad, de él sólo quedan unas cuantas partituras deterioradas cuyas figuras y pentagramas ya no son legibles. También un antiguo retrato suyo ubicado en un salón de música del Instituto de Cultura de El Carmen de Viboral. Desde este cuadro, el músico extinto sujeta eternamente un corno francés, mientras se convierte en testigo del momento en el que por primera vez, un grupo de niños interpretan el do –re- mi- fa- sol, en un instrumento musical.
 Una tradición musical familiar   
Hacia 1931 las avenidas pequeñas y destapadas del municipio eran invadidas por una gran cantidad de curiosos que participaban de los actos religiosos, viendo pasar las procesiones en las que varios fieles cargaban sobre sus hombros hermosas esculturas de vírgenes y Jesucristos.
Los pasos de aquellos fieles, del cura, de los monaguillos y las señoras más creyentes del pueblo, se acompañaban con las marchas y pasodobles sincopados de la Banda Municipal de El Carmen de Viboral.
Así fueron y todavía siguen siendo, muchas de las retretas de una banda conformada originalmente por varias generaciones de las familias Giraldo, Alzate y Betancur.
De hecho para aquella época la Banda era dirigida por José Giraldo, hijo de Bernardo Giraldo Aristizábal, quien había fallecido recientemente. ‘José Merejo’, como recuerdan algunos carmelitanos a este artista, inculcó a sus hijos el amor por los pentagramas, las retretas y los públicos.
Al menos Bernardo Giraldo, uno de ellos, recuerda que antes de que pudiera tocar cualquier instrumento musical, y a la edad de siete años, ya tenía funciones muy importantes en el grupo: “Ser el atril y el papelero de los músicos mayores”.
En casa este niño ensayaba durante horas las posiciones de los dedos en la tuba, el barítono y la trompeta, con el fin de aprender a tocar los instrumentos que hicieran falta en las presentaciones del grupo. “Cuando ensayaba, mi mamá sólo me aguantaba una hora”, comenta el músico veterano.
Educado musicalmente por el maestro Sixto Arango Gallo, un referente artístico muy importante de El Carmen de Viboral, Bernardo Giraldo Serna, adquirió un interesante nivel musical que agrupaciones de otros pueblos, e incluso departamentos, solicitaban ocasionalmente para reforzarse. Este artista  recuerda que constantemente su papá lo enviaba a Granada, Pantanillo, vereda de El Santuario; El Jordán, San Rafael y Rionegro “a tocar la música buena... la de ahora tiempos”.
Las dos bandas del pueblo
Aquellos fueron tiempos muy buenos que contrastaron con los días de violencia que, en 1938, invadieron las calles de El Carmen de Viboral. Una muchedumbre enardecida reclamaba frente a la Iglesia del pueblo que devolvieran a su trono a la virgen “Quiteña” (llamada así por haber sido traída desde Ecuador), la imagen que durante un siglo había sido la patrona milagrosa de los carmelitanos, y que habían sustituido por una imagen “más juvenil, más moderna y más atrevida”, según El carmelitano antiguo diario del municipio.
Al tiempo que Colombia vivía la lucha entre liberales y conservadores, los carmelitanos se dividían entre “Quiteños”, quienes reclamaban a la antigua imagen, y  “Nuevistas” sector de la población que aceptaba la figura de la nueva patrona.
La división fue tal que permitió la creación de dos Concejos municipales, dos personeros… y dos bandas de música en El Carmen de Viboral.
Mario Loaiza, pianista del municipio que recientemente realizó una investigación sobre la vida del músico Sixto Arango Gallo, describe que “una parte de la agrupación, cuyos miembros eran señores mayores y fieles seguidores de las normas religiosas, apoyaron  la decisión de cambio de imagen y se quedaron bajo la dirección de la Parroquia”.
Su director fue Sixto Arango, quien además de ser el corista de la Iglesia, era el arreglista y compositor de melodías tristes y melancólicas como “Divino Agonizante” y “Corona de Espinas”, dos de las 45 marchas fúnebres que en la actualidad aún interpreta la Banda durante la época de Semana Santa.
La otra parte de la agrupación, según Mario Loaiza, fue dirigida por el clarinetista Baldomero Betancur que, poco tiempo antes, había asumido la batuta de la agrupación. Este conjunto fue respaldo por la Administración Municipal que les otorgó apoyo económico y logístico.
No obstante, otras publicaciones como El Inventario Musical del Oriente Antioqueño, relatan que fue este músico quien se acogió a la parroquia y que incluso recibió dinero para consolidar la agrupación. Héctor Betancur, hijo del clarinetista, apoya esta afirmación comentando que, aunque su padre estaba inconforme por el cambio de la imagen, no quiso irse en contra de los sacerdotes, por lo que Iglesia gestionó con la empresa de loza “Cerámicas Unidas”, 1.000 pesos para financiar el grupo musical que dirigía. “Con este dinero mi papá compró instrumentos para formar una banda, la formó en un año y ésta era la banda más buscada”. 
Sin embargo, poco tiempo después ambas agrupaciones vuelven a unirse. Los músicos de la Banda Parroquial se adhieren al grupo dirigido por Baldomero Betancur, agrupación conocida también como la Banda Nueva o la Municipal.
Desde entonces las fiestas patronales volvieron a ser las celebraciones más representativas del pueblo. La Banda Municipal, la de “los chupacobres” o “de los viejitos” como se les llama popularmente, de nuevo animó con porros, cumbias, gaitas y otro tipo de repertorio, los coloridos juegos de pólvora que cada 16 de Julio se hacen en honor de la Virgen de El Carmen.
Bandas Hermanas
Así transcurrirían al menos veinte años más de retretas en el atrio de la Plaza,  hasta que en 1952 Sixto Arango Gallo, el corista y pianista de la parroquia,  asume por corto tiempo la coordinación de la Banda, agrupación que en ese entonces estaba integrada por Baldomero Betancur en el clarinete, su hijo Héctor en la percusión, José J. Ramírez (Cachumbo) en el clarinete, el saxofón y los arreglos; y el trompetista Bernardo Giraldo Serna, nieto del fundador de la Banda del pueblo. 
En este tiempo se firma un reglamento que sancionaba con 50 centavos a los músicos que no asistieran a los ensayos o faltaran a las “tocatas” como los músicos de la época hacían alusión a los conciertos. 
Cuatro años más tarde Don Baldomero vuelve a asumir la dirección. En aquellos tiempos la plaza de El Carmen de Viboral lograba convertirse en el escenario de una batalla musical que acompañaba los imponentes juegos de pólvora en honor  a la patrona del municipio.
El compositor y arreglista Alfredo Mejía, en ese entonces bajista de la Banda de El Retiro, participó de estos mano a mano. Recuerda que en una de las esquinas del parque se ubicaba la Banda del Retiro interpretando Tardes de Abril, un bambuco rápido y complejo del maestro Luciano Bravo, en el que los bajos marcan una melodía larga, pesada y rimbombante que contrasta con los cantos dulces de los clarinetes, flautas y trompetas. Los instrumentos gradualmente van subiendo la intensidad de su música hasta llenar el aire del parque de ecos musicales.
Al entonar el corte, los músicos carmelitanos ubicados junto a la Iglesia en otro punto de la plaza, no daban espacio para el silencio y empezaban a interpretar “El Gallito” un pasodoble que por lo general incitaba a los carmelitanos a bailar, a tararear la melodía a voces bajas o simplemente llevar el pulso con los pies.
La animada competencia “hacía mover al público de un extremo al otro de parque”, comenta Alfredo Mejía. Era un juego que se repetía y se alternaba cuantas veces el público aplaudiera o pidiera “una canción más”.
Con el mismo gusto por tocar y hacer bailar a las  jovencitas carmelitanas que se acercaban al grupo, en 1971 Héctor Betancur (hijo de don Baldomero) se convierte en el líder de la Banda.
Desde entonces, la agrupación logra recorrer las veredas y calles del Oriente antioqueño y visitar municipios de otros departamentos del país, convirtiéndose así en “los embajadores del pueblo” como los integrantes actuales de la banda se denominan.
Banda actual: Fusión de generaciones   
Desde 1974 sería Bernardo Giraldo Serna, hijo de José Giraldo y nieto del fundador, quien asumiera la coordinación del grupo.
Cada semana por más de 20 años, este trompetista reunía a los músicos en una pieza en forma de corredor, ubicada al lado del Comando de Policía del municipio, para ensayar las obras fúnebres de Sixto Arango Gallo, canciones que, según éste músico, “son las que más se necesitan ensayar”.
En el 2007, la Banda Municipal tiene que dejar este espacio. Desde entonces don Bernardo perdió la ilusión por tocar la trompeta o salir a las fiestas populares; la pérdida de este espacio fue un aliciente para su retiro del grupo y por tanto de la vida musical que había tenido desde niño.
Es así como Jhon Jairo, uno de sus hijos, se convierte en el director de la Banda Municipal de El Carmen, la Banda Centenaria.
“El Mono” como popularmente lo conocen, todavía recuerda cómo fue su primera presentación con la banda: “Eso fue en 1979. Se murió un hijo de José Ramírez (Cachumbo), un integrante de la banda. Él nos contrató para tocar el entierro. Entonces como había ensayado toda la música fúnebre para la Semana Santa, me dijeron que ya estaba listo para salir a tocar.” 
Lo cierto es que entre los cantos de los bajos y “los ritmos acachacados” de la Banda han crecido muchos carmelitanos, algunos descendientes directos de otros artistas veteranos de la agrupación.
Este es el caso del trompetista Manuel Alzate, quien toca el mismo instrumento que su padre y ha inculcado de la misma manera esta tradición a sus dos hijos. Hoy, entre risas, evoca las primeras Semana Santas en el grupo: “Como la iluminación de las calles era mala,  éramos un compañero y yo, parados en medio de la banda con unas lámparas de caperuza iluminándoles las partituras, así fuimos comenzando.”
De igual forma, el percusionista Daniel Ramírez, hijo del desaparecido arreglista y una vez director encargado de la Banda, José Ramírez, comenta sobre su actuación en el grupo: “Desde los 15 años estoy en la Banda. Estoy aquí porque ésta es una tradición de familia que me agrada, que es parte de mi vida y mientras yo esté vivo sigo con ella”.
En la actualidad la banda está integrada por adolescentes como Edirvey Osorio, Weimar y Yeison Giraldo, estos dos últimos tataranietos del fundador Bernardo Giraldo Aristizábal, quienes también han tenido un inicio similar en la agrupación. Ellos aprenden a oído muchas de las canciones que se interpretan, melodías que durante un ensayo cualquiera de los músicos propone para montar y únicamente da una pista del tono en que se debe interpretar.
Lo cierto es que con ellos nace una nueva versión de La Banda Municipal de El Carmen de Viboral. Se han convertido en un grupo de “embajadores del pueblo”, un grupo que no busca sólo el aplauso sino la felicidad de su público favorito: los habitantes de El Carmen de Viboral.
De esa manera, hoy, 123 años después de sus primeras retretas en los campos del municipio han logrado meterse en la memoria de la comunidad. Desde niños los carmelitanos conocen la Banda Municipal, la gente los quiere y en cada fiesta popular extraña la música parrandera, sabrosa y guapachosa que, como dicen varios de sus integrantes, ningún otro grupo es capaz de interpretar.
La banda del pueblo
Belarmina Arias, de más de 80 años de edad, recuerda la banda de los señores de El Carmen  de Viboral entre 1940 y 1945, la cual según ella estaba integrada por José Giraldo (Merejo), Baldomero Betancur, José Jesús Ramírez (Cachumbo) y Asarías López. “Toda la descendencia de los Giraldo y de los Cachumbos es la que la integra la banda de ahora”, aseguró.
“Lo que más lo llena a uno de nostalgia son las salidas de la banda en Semana Santa, especialmente cuando se hacían las procesiones diarias, que eran procesiones desde las seis de la tarde […] La banda se paraba ahí en la entradita de la iglesia y empezaba a animar la Semana Santa entonado su repertorio musical […] Eso llenaba bastante de alegría, de motivación a participar de unas fiestas de esas”, Gerardo Betancur, actual gerente de Imdeportes hace referencia a la banda desde sus diez años.
En un tablado, encima de  terneros, gallinas y cerdos la Banda Municipal entona compases alegres que serán la entretención de todos los feligreses. La parroquia destina un montón de casetas de recolección de fondos para las obras de caridad y la reparación o mantenimiento de la iglesia; la agrupación ha participado de este evento durante décadas. “La Banda le animaba a la parroquia todas las fiestas patronales, el Altar  y Feria de San Isidro, de ahí era donde se recogían todos los dineros para construir la iglesia que tiene en estos momentos El Carmen […] ha sido fundamental esa Banda para el desarrollo del municipio”, comenta el promotor deportivo.
Como Gerardo y Belarmina, muchos de los carmelitanos reconocen en la Banda un referente infaltable en las fiestas y en los recuerdos de los pobladores del jardín de víboras.
Para el antropólogo y psicólogo carmelitano Vladimir Giraldo, la Banda es sin duda parte de la memoria colectiva de los habitantes del municipio, pero no es susceptible de ser considerada patrimonio pues hace parte de  un entramado cultural. No es un componente cultural autóctono del municipio, es una pequeña parte de él, que además está permeada  por muchas otras influencias musicales foráneas. Es decir, al tocar La subienda, una cumbia de Gabriel Romero que hace referencia a la época más fértil de la pesca rivereña cuando los peces nadan río arriba, están haciendo uso de obras propias de otros compositores, que además fueron creadas en otro contexto cultural que no es propio de El Carmen de Viboral.           
Sin embargo, algunas de las composiciones de esta agrupación son interpretadas exclusivamente por ellos. Es el caso de las obras que compuso Sixto Arango Gallo, el referente musical más reconocido de El Carmen de Viboral: “deja una huella que aún la recuerdan, de hecho, las melodías fúnebres más bonitas y que más gratamente recuerdan los músicos de la Banda Municipal fueron compuestas por don Sixto Arango, ellos quedaron con esa música, y ellos siguen perpetuándolas en la Semana Santa”, dice Mario Loaiza, músico e investigador de la vida y obra del maestro carmelitano.
Igualmente la Banda, como cualquier otra agrupación, tiene un “saborcito” particular que la hace auténtica, éstas características la hacen un patrimonio cultural: “sin ser declarado […] siento que es un patrimonio porque es casi que el primer referente artístico que uno tiene desde niño, y lo primero que uno oye en las fiestas, en la semanas santas, es la Banda. Siempre le ha gustado a uno el saborcito que tienen y siempre lo han conservado, es un swing propio de esa Banda”, dijo Carlos Mario Betancur, actual director del Teatro Tespys y antiguo director del Instituto de Cultura de El Carmen de Viboral. 
Ubicados en círculo los músicos empezaban a tocar marchas y cantos fúnebres. Los sábados santos, cuando la virgen está dolorosa por la crucifixión del Señor,  la Banda le da una serenata, a modo de consuelo.
Sin embargo, no sería “La Dolorosa”, mujer joven con vestido adornado de lentejuelas y bordados dorados, la única sin  un consuelo esa Semana Santa del 2003, en la que Alberto Ramírez, familiar de integrantes de la Banda, recibió una llamada del entonces director Bernardo Giraldo Serna; la agrupación estaba preocupada. El párroco, Luis Carlos Salazar, no había contratado a la Banda para salir en las procesiones.
Jhon Jairo Giraldo, al actual director de la agrupación, recuerda éste como el momento más triste en la historia reciente de la Banda, “no haber hecho parte de la Semana Santa en el Carmen, por no haber llegado a un acuerdo con el párroco […] y ver que la Banda con una historia de más de 120 años de tradición, fue la primera vez que no participó”.
Hasta hoy, ese fue el único año que la Banda no celebró la Semana Santa. El vacío musical, la ausencia de las obras fúnebres que Sixto Arango Gallo había compuesto especialmente para esta ocasión y para ser interpretadas en su pueblo se sintió entre la comunidad que preguntaba por su ausencia  a los músicos. “Se mencionó mucho y se cuestionó mucho el hecho de que el padre Luis Carlos Salazar no hubiera tenido en cuenta a la Banda para la celebración de la Semana Santa”, dijo Gerardo Betancur, recordando el suceso.
En primera instancia la Banda pensó que el párroco contrataría otra, pero parados ante la procesión, viendo la última imagen pasar no se veía ninguna agrupación “yo, sinceramente, me sentía raro, me daba como pena que la gente me viera ahí”, dice Jhon Jairo.
Sin embargo, Alberto Ramírez decide organizar una recolecta para sacar a la banda uno de los días. Entre un grupo de educadores y familias se recogió el dinero para que el toque se realizara el Miércoles Santo, una de las procesiones más hermosas: la de “Prendimiento”.
Para Vladimir Giraldo, antropólogo y psicólogo, el hecho de que la gente se hubiera movilizado al ver que la Banda del pueblo  no participaba en la Semana Santa del 2003, que se sintiera una ausencia generalizada, que preguntara y que hiciera algo al respecto, da cuenta de la apropiación. El pueblo carmelitano extrañó su banda.



¿La Banda como patrimonio?
La discusión sobre si la Banda puede ser o no considerada patrimonio cultural del municipio tiene implicaciones tanto políticas como culturales y legales. La ley 1185 del 2008, que modifica la Ley General de Cultura, considera que el patrimonio cultural “está constituido por todos los bienes materiales, las manifestaciones inmateriales, los productos y las represen­taciones de la cultura que son expresión de la nacionalidad colombiana”.
Luis Felipe Saldarriaga, coordinador de Patrimonio Cultural de Antioquia, explicó el procedimiento que se debe llevar a cabo para declarar algo patrimonio: desde los municipios se debe empezar con un inventario de sus manifestaciones culturales, lugares, objetos o prácticas que podrían considerarse patrimonio; luego, se debe realizar un estudio serio y muy bien argumentado sobre el por qué se debe declarar patrimonio esa práctica u objeto. Ese documento a través de las instancias culturales municipales debe trasladarse para su posterior estudio por el Consejo de Cultura Departamental, ésta es la instancia más importante, pues de obtener su respaldo el Ministerio de Cultura aceptaría más fácilmente la declaratoria.
No obstante, el coordinador de Patrimonio Cultural de Antioquia contó la situación por la cual pasan muchos grupos que cumplen con las características del patrimonio, en especial los grupos humanos que realizan alguna actividad cultural. Ellos tienen dificultades para ser declarados legalmente patrimonio porque no se puede asegurar su perdurabilidad en el tiempo, uno de los requerimientos de la Ley de Cultura; además mencionó que cualquier grupo musical podría tener la aceptación y el cariño de la comunidad, así como una trayectoria amplia y unas características propias, pero si se declara patrimonio a una agrupación musical como la Banda, habría que declarar a todas las demás agrupaciones, “incluyendo a Juanes y a Shakira”.
Por otro lado, el carácter privado que posee la Banda, al no ser una corporación o una comunidad organizada, la imposibilita para recibir cualquier ayuda del Estado. Alfredo Arias, coordinador del proceso departamental de bandas y de música de Antioquia, argumenta que la Banda al no pertenecer a un proceso educativo, de formación, por ejemplo educar en la música a  niños, jóvenes y adultos, no puede recibir dotaciones o recursos para su mantenimiento desde la Gobernación, pues, en este caso, el énfasis que se le está dando al  proceso de bandas en el departamento es de carácter formativo integral y además va dirigido únicamente a niños y jóvenes.
Este caso se repite en el ámbito municipal. Jorge Luis Orozco, abogado y ex alcalde de El Carmen, también dice que las negociaciones con personas naturales, privados, desde la Administración Municipal, está prohibida por la ley. El espacio que alguna vez se les ofreció era lo único que se podía hacer para motivar la perdurabilidad de procesos como el de la Banda de El Carmen de Viboral.      
Sumado a esto, en el municipio hay un retraso significativo en los procesos de conservación y rescate del patrimonio. Se ha hecho énfasis en rescatar la cerámica a través de obras como el Pórtico y la Calle de la Cerámica, además de la primera fase del museo, pero hay otros procesos que no se han tenido en cuenta, explicó Dairo Zuluaga Zuluaga, promotor de la Oficina de Turismo del municipio.   
Carlos Mario Betancur, anterior director del Instituto de Cultura dijo: “La Banda Municipal está dentro del Plan de Desarrollo Cultural como los bienes del patrimonio cultural a preservar”, además en el 2006 en el marco del lanzamiento de la Calle de la Cerámica y de  los 120 años de formación de la Banda, se le hizo un homenaje. También hay un documento de  declaratoria de patrimonio, se trató de recolectar  información y material sobre ella para darle un rincón en el museo pero ese proceso está pausado, en parte porque no se cuenta con presupuesto, y porque es un proceso largo de investigación para el cual se necesitan recursos y personas capacitadas. Además el énfasis que desde el Plan de Desarrollo Municipal se le dio a las instancias culturales es la formación en actividades artísticas. 
Uno de los grupos que la Gobernación tiene destinado para la conservación y preservación del patrimonio son los llamados “Vigías del Patrimonio”. Ellos son voluntarios que, apoyados por la Gobernación. adelantan proyectos en pro del patrimonio municipal, sin embargo, actualmente El Carmen no cuenta con el grupo de Vigías, pero según Dairo Zuluaga, está de nuevo en proceso de conformación. Hasta ahora la Banda subsiste por sus propios medios. 

Mientras la música continúa…
Sentado en un sofá rojo y con un cigarrillo en su mano derecha, Bernardo Giraldo recuerda el día que tuvo que desalojar el lugar de ensayo que por más de 25 años había sido el espacio para las complicidades, sonidos e implementos de los músicos de la banda centenaria, reconocidos como los populares “viejitos chupacobres”.
Ahora, a sus 79 años, rodeado de los viejos y remendados instrumentos del grupo al que ya no pertenece, menciona que su desmotivación llegó “cuando nos quitaron el espacio que teníamos para ensayar, ahí me salí, pero mi casa se convirtió en el lugar de ensayo para ellos”. Los instrumentos reposan en el piso de su sala, detrás de los muebles, en el mismo lugar al que llegaron luego del desalojo.
Poco a poco se les quitó el espacio; de una gran sala de casa antigua, se había reducido a un pasillo incómodo. El lugar era estrecho, muchas goteras sobrepasaban el entejado y la tapia vieja generaba polvo y humedad evidentes en paredes, pisos, sillas y, peor aún, en los instrumentos que dejaban en el suelo y en otros que estaban suspendidos en un perchero. Además, las baldosas estaban en malas condiciones, levantadas y quebradas muchas de ellas.
Sin embargo, el hecho de tener un espacio al cual llegar para improvisar el San Juanero o algún bambuco conocido, tararear las partituras de Flor de España y Cumbia Triste y encontrarse con los amigos que reconocían desde muy niños... era lo que realmente les brindaba tranquilidad y alegría, además de una sensación de propiedad y reconocimiento.
Era allá donde “se armaban las tertulias musicales, lo bueno era sentarse a hablar y escucharlos recordar sus visitas a fincas lejanas, veredas y otros pueblos mientras tomaban aguardientico, hasta que pudieran con el instrumento”, según comenta Nicolás, quien a sus 5 años entraba a escucharlos siguiéndole los pasos  su padre, Jorge Giraldo. También allí llegaban vecinos y amigos a ser partícipes de los ensayos.
El nueve de septiembre de 2007 en las horas de la mañana, don Bernardo llegó muy temprano con sus hijos Darío y John Jairo y dos de sus nietos. Nicolás Giraldo, vecino y ex miembro de la Banda, recuerda que los instrumentos, repisas, sillas y papeles fueron montados en un carro coche para el traslado hasta la casa del veterano músico, los instrumentos más pequeños los llevaron caminando.
La imagen que recuerda Nicolás es la nostalgia con la que el entonces director de la Banda hacía la limpieza del espacio, “mientras pedía el favor de que le sacaran algo y corrieran lo otro”, mientras llenaban las grandes bolsas de basura y despoblaban el pasillo de cualquier evidencia del ambiente musical que allí se había vivido. “Don Bernardo parecía despidiéndose del lugar, el viejito estaba triste y no paraba de fumar, hablaba lo necesario”, como intentando disimular cualquier vínculo o gesto que lo delatara, que delatara el dolor que poco a poco se revelaba.
La puerta redondeada en la parte superior quedó abierta, porque hasta el candado pertenecía a la Banda, ahora el espacio se veía grande porque ya no guardaba nada en su interior, sólo un atril azul en forma de ataúd que reunía a los músicos a su alrededor para los ensayos, este viejo instrumento colectivo fue abandonado allí mismo donde quedaron las ganas de don Bernardo, en el ensayadero.
Ese pequeño espacio que antes estaba adornado con trompetas, trombones, tubas centenarias, boquillas y partituras desgastadas de los años 50´s, tuvo que ser desalojado. Las tertulias y los ensayos programados habrían de reducirse por la falta de espacio; cada uno tendría que practicar lectura musical, ritmos y nuevo repertorio desde la soledad musical de la casa, aguantando las quejas que empiezan a generarse en la familia después de un rato de sonidos repetidos.
Indicaciones dadas con anterioridad por parte de la Administración Municipal y el Comandante de Policía Diego Alexis López, solicitaban el lugar de ensayo para una ampliación de la sede policial. “Un día vino alguien a mi casa y me dijo que necesitaban rápido el lugar” afirma don Bernardo, ese fue el primer aviso y aunque alarmó a los músicos de la Banda continuaron por unas semanas más los ensayos. Luego, en una carta expedida en septiembre de 2007 se pedía el desalojo en los siguientes cuatro días.
La administración del anterior alcalde, Jorge Luis Orozco, tuvo como uno de sus proyectos la ampliación del Comando de Policía porque “no reunía las condiciones aptas para prestar su servicio”, y siendo aprobado por el Concejo Municipal la donación del espacio cercano al pequeño comando, se tomó el lugar de ensayos de la Banda y las instalaciones de correo Adpostal, que también fue desalojado por esos días.
Y aunque a los músicos de la Banda se les ofreció un espacio en el Instituto de Cultura, bajo la dirección de Carlos Mario Betancur, los compromisos nocturnos de fiestas privadas no iban a facilitar el acceso a éste, las llegadas luego de las 10 de la noche sin que hubiese una persona que les abriera las puertas del lugar, además el vínculo con la entidad cultural “podría generar inconvenientes y dependencias que a lo mejor ellos no querían”, según comenta el entonces director del Instituto.
Días después, un salón en el Coliseo Municipal fue prestado por cerca de dos meses hasta que se les pidió para el funcionamiento de la Secretaría de Tránsito y Transporte.
Aunque estos músicos, sus sonidos y sus instrumentos hacen parte de una tradición municipal, no tienen personería jurídica y ese es el principal problema al momento de brindarles un espacio, ayudas con dineros públicos o instrumentos. “No se puede beneficiar a particulares”, afirma el ex alcalde.
Cuando se aproxima una fiesta patronal o cívica de gran exigencia, los músicos recurren a ensayar a casa de don Bernardo, que por su vínculo de sangre con la creación de la Banda, hace todo para que ésta no se acabe. “A veces cuando algún instrumento se daña, vienen a decirme a mí, y yo hasta saco plata de mi bolsillo”, sostiene el veterano músico.
Y es que las dificultades no se reducen a la búsqueda de locación apta para los ensayos, los instrumentos están remendados luego de algún golpe o daño por el paso del tiempo, la dificultad mayor son las tubas, que sobrepasan los siete millones de pesos cada una, “es una urgencia tener una nueva, éstas tienen soldaduras sobre soldaduras”, el actual director de la Banda afirma que “ahora hay instrumentos nuevos porque algunos músicos se han comprado el instrumento propio, si no estaríamos tocando con muchos más viejos”.
Las ayudas se han hecho escasas, afirma el actual director de la Banda, John Jairo Giraldo, “antes cuando los políticos podían nos daban uniformes o algún instrumento, también la parroquia nos colaboraba”. Fue de esta manera como consiguieron donaciones que les sirvieron para comprar algunas de las tubas y trompetas mostradas en las procesiones de Semana Santa en los 50´s, instrumentos que aún se conservan, no por su valor patrimonial y su historia, sino como instrumentos que todavía se usan en los toques. Los instrumentos archivados suman alrededor de veinte en la historia de 123 años de este grupo tradicional.
La Banda se sostiene, actualmente, con los contratos de las parroquias y capillas de El Carmen de Viboral o de municipios cercanos y por particulares que quieren disfrutar de uno de sus toques de música religiosa, colombiana o papayera más que todo. “Los contratos ya no son tan constantes, antes salían cada ocho días, ahora resulta poco” afirma Nicolás Giraldo.
Luego del toque viene la distribución del dinero, los pagos a los músicos que acompañaron con sus sonidos. Un toque de esta agrupación cuesta alrededor de 250.000 pesos que tienen que ser suficientes para distribuir entre los 13 músicos y para almacenar un porcentaje al “fondo común de gastos” que guarda el actual director de la Banda. La distribución económica se hace de acuerdo a la experiencia y conocimientos musicales.
Como músicos empíricos no se han asesorado en asuntos jurídicos para pedir un lugar que facilite su conservación y continuidad en la tradición carmelitana. Así cuenten con la casa de don Bernardo, el llegar hasta allí “a la una o dos de la mañana y tener que despertar a mis abuelos para guardar los instrumentos es maluco, nada como un lugar propio”, afirma el nieto de don Bernardo, Yeison Giraldo Trujillo, quien hace parte de la quinta generación de los Giraldo desde la fundación de la Banda.
Sin embargo, algunos políticos y personas del municipio alaban esta labor y buscan ayudas para ellos. Es el caso del concejal Álvaro Alzate, quien asegura que desde muy niño tiene conciencia de la Banda y por eso su gestión con el alcalde ha estado marcada por darles un espacio adecuado, que según dice él sería donde actualmente se tiene la Personería o la Comisaría, “uno de los dos y será pronto” concluye.
La labor de la Banda ha estado marcada por grandes colaboraciones que hacen algunas personas que los contratan por puro gusto, es el caso de Gonzalo Alzate, un líder de la vereda El Cerro que hace algunos años les donó unos uniformes de color verde con los que todavía se defienden. Este mismo líder contrata constantemente los músicos porque tiene muy buenos recuerdos de ellos, “cuando él llegó a la casa luego de estar secuestrado, la Banda le hizo un recibimiento, él estaba feliz”, afirma su hijo Álvaro Alzate.
Las dificultades económicas y financieras no han acabado con esta tradición musical, y al preguntarle a John Jairo qué es lo que los mantiene unidos, él afirma que “todo es por la gran amistad que nos une, muchos de nosotros crecimos juntos mientras nos hacíamos músicos”, esto sumado al empeño de los viejos músicos que ya no están y de los actuales miembros de la banda, que no han permitido que la música fúnebre de Sixto Arango y el sabor propio de esta banda popular se acaben.
Precisamente Vladimir Giraldo, habitante del municipio, afirma que “uno ha visto ese proceso de crecimiento de ellos, los ha visto pasar de niños a  jóvenes, de jóvenes a adultos y de adultos a viejos; hasta que abandonan la Banda”.
De hecho, otro factor difícil que han enfrentado muchos de los músicos es la misma vejez, que ha llegado con enfermedades o con el cansancio suficiente para las largas caminadas en los desfiles religiosos, el fuerte sol en sus recorridos, la lluvia de los viernes de viacrucis,  los ruidos y estragos de la pólvora.
Don Bernardo desabotona un poco su camisa y muestra que en su cuello tiene una cicatriz producto de unas Fiestas del pueblo, donde la pólvora llegó al lugar donde estaban tocando, a pesar de todo siguió dando voz a su trompeta.
Nicolás Giraldo, ex miembro de la agrupación, recuerda que él y su hermano entraron a la Banda, precisamente, porque muchos de los músicos veteranos se habían salido por algunas enfermedades y porque ya no aguantaban como antes.
Uno de los casos que más recuerda Nicolás es el de Jesús Daniel Betancur “Danielito” como lo llaman en el grupo. “Danielito” era parte de la Banda desde la época de Baldomero Betancur, desde que tenía 14 años y toda su vida la pasó tocando el trombón de émbolos, un extraño y viejo instrumento que sólo él entendía.
Con el paso del tiempo, era más difícil para él desfilar en los viacrucis, trasnochar en las retretas o viajar a otros municipios. Fue un día en uno de los desfiles de Semana Santa donde los demás músicos se adelantaron; él, contra su voluntad, daba pasos para intentar alcanzarlos, pero estos eran lentos y él se perdía entre la multitud que seguía la procesión, “se iba quedando, se iba quedando y aunque tratábamos de esperarlo la distancia era mayor”. Luego, en la iglesia, le entregó a don Bernardo su instrumento y le dijo que ya no era capaz.
Desde entonces “Danielito” ya no toca, y tiempo después de haberse retirado Nicolás recuerda que “una vez, pasando frente a su casa en uno de los desfiles, Danielito vio la Banda desde su puerta y se entró”  para no ver pasar a sus compañeros.
Don Bernardo también ha librado una lucha con su edad, ahora sus pasos son más lentos y ya no puede estar de pie mucho rato.
Sentado en el sofá de su sala, en el mismo lugar al que llegaron los instrumentos por causa del desalojo y en el que de vez en cuando ensayan como grupo, dice que no le gusta tocar ya “que pereza uno tan viejo por allá, ya no soy capaz de tocar parado y que pena tocar sentado”.
Este músico menciona a los profesores con los que él se hizo trompetista: José Ramírez, Sixto Arango y Baldomero Betancur, a quienes les llegó la vejez para impedir que sus manos cogieran los instrumentos de cobre y sacaran sonidos conocidos, “ellos ya murieron, pero con ellos aprendí, tuve la oportunidad de compartir y tomar mi primer aguardiente”.
En la sala de su casa, amplia e iluminada por los rayos de sol que entran a través del ventanal al lugar donde se dan los “ensayos sobre la marcha”, don Bernardo abre el estuche de su trompeta plateada, la saca y la limpia con un trapo rojo, mientras sonríe arrugando un poco más el rostro y dejando ver el brillo de sus ojos.
Su trompeta brilla como un espejo, pero don Bernardo se resiste a tocar una melodía en ella, afirma que ya se le olvidó, que poco práctica, pero el hecho de conservarla le trae recuerdos de las vivencias que han opacado las dificultades y lo invitan a continuar dando fuerza a una tradición de familias que se ha hecho un referente carmelitano.
Mirando su trompeta dice en voz baja “esto fue lo que me quedó de la música”.

Género: Reportaje. Noviembre de 2010.

A un hombre hecho de barro


Por Marisol Gómez Castaño
Un delantal blanco con pintas de barro y una boina particular que cubría su poco cabello, era el traje de labores diarias de don Clemente Betancur Ramírez, un personaje ilustre de la cultura ceramista de El Carmen de Viboral, un “hombre de barro”, como lo llamaron muchos carmelitanos por su amor y constancia en el oficio; por una vida dedicada completamente a la Cerámica.
Sus manos de artesano dieron forma a vajillas y porcelanas en La Moderna, Cerámicas Pareja, Cerámicas Unidas y La Continental. También, en una mula de carga se vio obligado a trasportar piezas de barro a otros municipios de Antioquia, en una época en la cual los pequeños senderos eran las únicas rutas posibles para acceder a otros lugares, y los pies eran el único medio.

A sus 50 años de vida, Don Clemente Betancur, deja de lado su oficio como obrero y se convierte en el dueño de un pequeño taller, que inició y se mantuvo en la parte trasera de su casa; así nace Cerámicas El Trébol, una pequeña fábrica que conservaría el espíritu artesanal y rústico durante casi 40 años.
Este hombre fue insistente en un oficio que perdió posicionamiento con la apertura del mercado, la entrada de la loza china y los materiales de plástico a la cultura colombiana. Sin embargo, fue evidente su deseo de continuar el proceso de creación de piezas de barro y su ímpetu para ver este oficio como posibilidad de subsistencia.
En su pequeño taller, recibía visitas de personas interesadas en conocer más sobre la cerámica, y con una actitud humilde pero inteligente, explicaba toda la historia y el proceso de trasformación de la arcilla… mientras enseñaba el torno, el horno y algunas piezas “en bizcocho” listas para la primera quema.
Una ruta ceramista fue la vida de don Clemente Betancur Ramírez, quien abandonó su taller el 18de septiembre de 2010, a sus 90 años de edad, con piezas cerámicas listas para la quema que dejó inconclusa, pero que su familia se vería en la obligación de llevar a feliz término.
Hoy, cerámicas El Trébol, ubicada sobre la carrera 31, no tiene a su único dueño y trabajador, al ceramista tradicional y al más antiguo que quedaba; sin embargo, las calles del pueblo son testigos de su legado familiar, de su numerosa y tradicional familia que incluye hijos, nietos y bisnietos; además en varios hogares carmelitanos se cuenta con algunas de sus creaciones.

La cerámica es un referente de la cultura carmelitana; aunque ya poco queda de ella, se le considera la tradición de este pueblo colombiano. Personajes como don Clemente, continuaron con la tradición, con un oficio que poco prometía pero que daba alegría a sus vidas… al mismo tiempo que proyectaban la idea de un municipio ceramista, todavía.
A un hombre de barro, que edificó su vida con loza, que se entregó con amor a la práctica artesanal como su estilo de vida… a él, hacemos hoy un homenaje por el legado ceramista que deja con su muerte.
Género: Nota necrológica. 19 de septiembre de 2010.

Una distribución comercial que acabó con la tradición


Mientras van tomando algunos sorbos de café y manzanilla, don Gildardo Soto y don Mario Betancur, habitantes de El Carmen de Viboral, recuerdan lo diferente que era la plaza de su pueblo…

Por Marisol Gómez, Natalia Soto y Lizeth Ramírez.
Los domingos, sin duda, eran los días de mayor venta. Desde temprano se veían llegar en procesión, por las ocho calles que conducían a la plaza, las innumerables carretas atiborradas de todo tipo de mercancías y algunos arrieros provenientes de veredas lejanas. Cada comerciante madrugaba a instalar su puesto de trabajo en el sector dispuesto para sus productos, pues todos contaban con un espacio fijo para sus ventas.
Hasta hace 13 años, el centro urbano de El Carmen de Viboral era una típica plaza de mercado llena de toldos armados con lonas, madera y cabuyas, o simplemente con telones extendidos, que albergaban todo cuanto se necesitara para vivir y hasta un poco más; allí no solo se podían encontrar alimentos propios de la región, sino también ropa, calzado, juegos de azar, flores, accesorios, útiles, pomadas, y la atractiva venta de animales como cerdos, gallinas, gatos, perros… y mucha diversión.
Tanto vendedores como compradores, incluidos los turistas quienes eran los más admirados con tanta variedad y creatividad, se reunían en ese lugar para negociar, pues era el único espacio en el municipio donde se concentraba todo el comercio y la dinámica social. Los niños carmelitanos jugaban a correr entre los toldos amontonados de los vendedores, mientras sus padres hacían el mercado de toda la semana.
Y es que en aquella época escaseaban las tiendas de barrio, los almacenes y por supuesto los supermercados, pues la gran plaza de mercado, que contaba con más de 100 toldos, era el lugar más concurrido y preferido por los carmelitanos, tanto del área rural como urbana. Ese resultaba ser el plan favorito de todas las familias que recorrían desde temprano y durante todo el día, cada uno de los toldos dispuestos alrededor del parque principal.
Los negociantes ya eran conocidos por los habitantes del municipio, los cuales, por sus formas peculiares de ofrecer los productos, se convertían en personajes típicos. Los pregoneros, los culebreros, los adivinos, eran los que más atraían al público que visitaba la plaza por la manera jocosa y picaresca de vender. Algunas de las frases más comunes eran: “¡eh avemaría pues! tome y lleve florecitas de alelí para ella y para mí”, y también “florecitas de Marbella para regalarle a ellas”, “y aquí viene la culebra margarita con su baile de doncella, que les trae las pomadas resucita muertos, benditas para la cura de todos los males”, “venga señora yo le leo la mano, tendrá suerte mucha suerte”.
Un enjambre de gente, entonces, se aglomeraba alrededor de estos vendedores, que siempre tenían algo novedoso y atractivo que contar y ofrecer, y ahí era donde la venta se mostraba como un juego de pedir y regatear.
Pero ellos no eran los únicos protagonistas de aquella pintoresca zona de tire y afloje. Los famosos ciclistas, que se la pasaban todo el día dando vueltas al rededor de la plaza sin parar, también eran toda una novedad, lo mismo que las panelitas y boquediablos de don José García y los jarabes de don Emilio Castaño que reemplazaban las gaseosas, pues ambos productos eran elaborados con fórmulas secretas. Don Rubén Castaño, también hacía parte de este comercio municipal.

Más de dos décadas dentro del comercio municipal
Don Rubén Castaño es un hombre que durante 23 años ha sido un vendedor reconocido de tomates, mangos, tubérculos y otro tipo de frutas y verduras en el municipio. Comenzó con este oficio desde muy joven, luego de haber trabajado en diferentes tierras con la chatarra, las legumbres y los buñuelos; todo porque en su casa, según él, no quisieron darle estudio, aunque bien pudieron hacerlo.
Al regresar a este municipio, don Rubén encontró el amor con Martha Espinoza, una morena de voz dulce y carácter amable, con quien tuvo cuatro hijos: Diego, Jorge, Juan Carlos y Natalia. Poco después, y con el afán de sostener a su familia, este hombre cívico y participativo en las discusiones políticas que se daban en ese entonces, recibió un préstamo de un proyecto llamado Programa de Desarrollo Rural Integrado (DRI), para trabajar la agricultura y construir su casa.

Allí vivió durante catorce años, hasta que se vio obligado a venderla. Fue una época muy dura para él y su familia, así lo revelaron sus ojos verdes que se fueron haciendo vidriosos. “Me quedaron 200.000 pesos y yo nunca había trabajado en esto, pero como yo he sido programado para trabajar, comencé comprando plátanos, legumbres, papas y tomates en Rionegro”.
Por eso, don Rubén reconoce que llegó a este trabajo de forma accidental, y poco a poco fue cogiéndole amor al oficio. Con su puesto de frutas no sólo logró levantar a todos sus hijos, sino que se convirtió en doliente y testigo de la transformación del municipio a través de la reubicación de la plaza de mercado desde hace casi 13 años.
De la gran Plaza a la Placita de Mercado
El 22 de octubre de 1997 el alcalde de la época, Alpidio Betancur, comunicó a los comerciantes que en los tres días siguientes debían desalojar el parque principal. Ese típico mercado al que los carmelitanos estaban acostumbrados debía cambiar de lugar y forma para dar cabida a la Ley 388, del mismo año, sobre el ordenamiento territorial; el espacio público dejaría de ser invadido por las ventas provisionales o estacionarias y los comerciantes debían aceptarlo, la comunidad tendría que adaptarse también a ello.
Los comerciantes recibieron con sorpresa la medida que se quería imponer desde la Administración Municipal, y se opusieron a ella, puesto que no hubo una sensibilización previa ni un plan que le diera garantías a este sector. Sin embargo, el gobierno de la época quiso facilitar este proceso de desalojo enviándoles un equipo de trabajo: “hay carros, hay volquetas y trabajadores para que se lleven de aquí los toldos y las mesas, ustedes verán para dónde”.
Los comerciantes se negaron a salir del parque puesto que no se les ofrecía un espacio apto para desempeñar su oficio. La propuesta que se hizo, inmediatamente después, fue la de trasladarlos al Centro de Acopio, que estaba destinado para la concentración de los productos agrícolas que cultivaban los campesinos del municipio; los comerciantes manifestaron su desacuerdo porque sentían que ese lugar no les pertenecía y llegarían a invadirlo, además, su ubicación no los favorecía al alejarlos del centro municipal.
La medida estaba desesperando a los comerciantes que se sostenían de las ventas en la gran plaza, sus familias ahora estarían pasando necesidades ¿A qué más podrían dedicarse? En medio de la premura por trasladarlos, se les ofreció provisionalmente una zona contigua al Palacio Municipal, que era utilizada como almacén de depósito administrativo. El espacio era reducido pero central.
Fue así como el 25 de octubre se convirtió en un lunes inolvidable para los comerciantes carmelitanos, pues algunos de ellos se trasladaron a la Placita de Mercado y fueron ubicados según la distribución de la que gozaban en el parque principal. Sin embargo, muchos de ellos se quedaron por fuera; en la Placita pudieron ubicarse solamente cuarenta.
La zona estaba sin entechar y con problemas de higiene, los comerciantes se vieron obligados a reclamar ante la administración, puesto que venían de la intemperie a la intemperie; la infraestructura se adecuó 15 días después de que los comerciantes estuvieran trabajando allí.

El Concejo Municipal, para llegar a acuerdos y comodatos, ayudó a los comerciantes a conformar la asociación que estaría sustentada desde la legalidad con estatutos, reglamentos, funciones, personería jurídica; según Libardo Montoya, secretario de gobierno de la época, se hizo acompañamiento para que legalizaran la Asociación de Comerciantes que desde entonces está bajo la coordinación de Rubén Castaño.
Para este vendedor de camisones largos y sucios de tierra, el cambio de lugar trajo muchas desventajas. Por un lado, se redujeron las ventas al ser un espacio cerrado al que la gente recurre sólo cuando necesita algo específico. Además, los impuestos son costosos comparados con otras plazas de mercado y mucho más con lo que se pagaba en el parque principal. Actualmente cada comerciante paga 72.100 pesos mensuales, más el recibo de acueducto y alcantarillado, que deben pagarlo entre todos.
Estas situaciones han generado que la Asociación de Comerciantes se vaya extinguiendo, porque no se sienten muy apoyados por parte de la Administración Municipal.
Sin embargo, no todo ha sido malo, lo positivo de esta sede (además de recuperar el espacio público), según el coordinador de la Asociación, es que ofrece más seguridad al comerciante, pues anteriormente debían “retirar la mercancía de los toldos y amontonarla en cajones forrados en plástico”, para evitar que algunos pícaros se robaran sus productos.
Ese mercado, que muchos comparaban con el persa, era parte de la tradición de los carmelitanos y estaba en el imaginario de turistas que veían con ojos de encanto la concentración en la plaza principal; no obstante, esa puesta en escena, hoy no es más que un bonito recuerdo.
El comercio se expandió por todos los rincones del municipio
El parque principal ha perdido su colorido y se muestra actualmente como un lugar sobrio que ya no alberga aquella tradición que durante años caracterizó la vida de los carmelitanos.
Por su parte, aquellos comerciantes que quedaron inconformes con el nuevo espacio asignado para las ventas, decidieron someterse al rebusque y montar sus propios negocios. De hecho el comercio de El Carmen de Viboral dejó de tener un centro, para extenderse y distribuirse por los diferentes barrios del municipio.
Sin embargo, no todos tuvieron el dinero en sus bolsillos para buscar un local o acondicionar un espacio en sus casas y ofrecer los productos. Muchos tuvieron que utilizar sus carretas como puestos de trabajo e instalarse en las diferentes calles y carreras más transitadas por los habitantes de este pueblo ceramista. Así fue como aparecieron los famosos vendedores ambulantes que se ubicaron en cada esquina para tratar de sobrevivir.
Ante este nuevo problema de espacio público, el alcalde municipal actual, Joaquín Darío Duque, aún no ha podido tomar las medidas suficientes para dar soluciones y tratar de reubicarlos. Este fenómeno se extiende de forma acelerada cada vez más, por lo que hace mucho rato se le salió de las manos a la Administración. “En el municipio hay poca cultura del negocio, la gente pone y luego legaliza. Por ahora no se ha podido hacer nada, pues los vendedores ambulantes viven de eso. Hay que mirar cómo se reubican”, son las palabras del Alcalde municipal.
Mientras tanto, los vendedores son quienes sufren por la incertidumbre de no saber hasta cuando puedan estar en ese lugar que han tomado como su refugio, además sienten temor de que en cualquier momento funcionarios públicos se lleven su mercancía. Si no se han tomado esas medidas es “por lástima”, según dice el Alcalde Joaquín Darío Duque.

Don José María González, por ejemplo, ha sido uno de los más perjudicados, puesto que lo mueven de un lado para otro (cada vez más hacia la periferia), al darle prioridad a vendedores ambulantes que llevan más tiempo con las ventas de frutas y verduras en la carrera 31, una de las más concurridas del municipio. José María comenta que estos traslados afectan sus ventas, “a veces me hago sólo 4.000 pesos, otras veces nada”.
¿Qué hay hoy?
En primer lugar, las administraciones no han estado muy interesadas en darle impulso al pequeño comerciante, porque no se le da prioridad a las ideas de crear o adecuar un espacio amplio, como se les prometió, que resuelva las necesidades de este gremio, puesto que requieren una ubicación permanente, higiénica y con posibilidades de expandirse e involucrar a más comerciantes.
Desde hace 13 años se tiene un proyecto de construcción para la plaza de mercado, a dos cuadras del parque principal, en un lugar amplio que anteriormente era una fábrica de papitas Crujipapitas, pero “ha faltado voluntad política y mano firme” según Libardo Montoya, quien actualmente es concejal municipal.
Por lo pronto, los comerciantes reciben, constantemente, advertencias de que deben desalojar el lugar que les fue asignado en comodato, puesto que la administración dice necesitarlo para otro tipo de actividades. Los vendedores se han apropiado de este espacio al llevar más de una década de trabajo allí, por lo que se ha generado un nuevo conflicto alrededor de la ubicación de estas personas, que se sienten cada vez más desprotegidas.
Género: Reportaje. Junio de 2010.