La decoración de vajillas del Carmen de Viboral se
convirtió en un oficio de exclusividad femenina, gracias a las múltiples
mujeres que aprendieron a trazar dibujos sobre piezas en bizcocho en algún
viejo taller de cerámica. Ellas sobresalieron en este oficio, se convirtieron
en una parte fundamental de la historia de la cerámica y muchas de ellas
continúan decorando.
Creadas las fábricas y talleres de antaño, se
introdujo la decoración del bizcocho para hacer productos, además de útiles,
atractivos. La intención era contar con objetos estéticos para el uso
cotidiano.
Las técnicas de decoración fueron variadas, iniciando
con el uso del pincel y las esponjas marinas. En otras épocas se utilizaron
moldes de cartón y cartulina para hacer las flores de manera medida: proceso de
decoración en serie. Otras empresas utilizaron calcomanías que fijaron al
producto en bizcocho. Sin embargo, se retornó a la decoración manual y las
artesanas experimentadas tuvieron libertad sobre la pieza de barro.
Las decoradoras pintaron figuras naturales que
inspiraron las pintas tradicionales, actualmente trazadas en platos, tazas,
pocillos y demás utensilios. También se habla de decoración con motivos
indígenas y tropicales por los años 30´s, a cargo del señor Pepe Mejía, como
una manera de retratar elementos propios del entorno.
Cuando la empresa de cerámica La Continental quiso desechar el uso de calcomanías, se abrió un
salón de decoración “manejado por unos siete hombres”, según cuenta Consuelo
Arias, decoradora de profesión. Sin embargo, el salón fue cerrado a causa de
una huelga que emprendieron estos personajes, época en la cual se permitió que
varias mujeres de la fábrica practicaran la decoración algunos minutos del día
y, posteriormente, el salón se reabrió con varias de estas mujeres,
generalizando la decoración como actividad femenina.
Anteriormente estas pintas no tenían nombres,
solamente se determinaban de acuerdo al número que reposara en sus catálogos de
decoración. Florelba, la pinta azul cobalto, era la número 011 en el catálogo de La Continental. De ésta se dice que fue
una muestra que trajo algún comerciante al municipio y se reelaboró a manos de
la decoradora Flor Elba Vargas, hasta convertirse en lo que es ahora: “capullos
de agujitas puntiagudas”, en palabras de Consuelo Arias.
La lista de decorados básica, en aquel entonces,
incluía también las pintas Primavera y Saúl (012). Guillermo Rendón, quien
llegó como jefe de ventas a La Continental, fue quien inició el primer almacén
de artesanías y puso nombres a éstas y otras pintas, que se convirtieron en las
tradicionales.
Doña Consuelo, quien actualmente decora en Artesanías
AZ, fue quien diseñó las pintas Aguamarina, Floral, Dalia, Camelia y Lucía, a
esta última pinta, que mezcla el azul turquesa y el naranja, la llamó por el
nombre de su madre. Para Consuelo “una pinta fea es la que se ve como triste”,
por eso ella va componiendo sobre la marcha, agregando color con sus pinceles
y, en el mismo plato, va dando formas cuando de crear nuevas pintas se trata.
Los diseños que van surgiendo hacen parte de un
proceso de experimentación: combinación de colores, formas e imaginación.
Muchas de estas piezas de barro, con sus trazos y colores exclusivos, se han
hecho objetos hermosos e inimitables.
Así como Consuelo, muchas otras decoradoras, en
diferentes talleres o fábricas, recogen las piezas luego de la primera quema en
el horno, las desempolvan, hacen la prueba del timbre, las clasifican y pasan a
decorarlas con sus propias manos, haciendo uso de pinceles, esponjas y alguno
de los colores que disolvieron en agua.
Producción y redacción: Marisol Gómez Castaño
Artículo para: http://www.delcarmendecor.com/