jueves, 30 de agosto de 2012

Decoración del barro


La decoración de vajillas del Carmen de Viboral se convirtió en un oficio de exclusividad femenina, gracias a las múltiples mujeres que aprendieron a trazar dibujos sobre piezas en bizcocho en algún viejo taller de cerámica. Ellas sobresalieron en este oficio, se convirtieron en una parte fundamental de la historia de la cerámica y muchas de ellas continúan decorando.
Creadas las fábricas y talleres de antaño, se introdujo la decoración del bizcocho para hacer productos, además de útiles, atractivos. La intención era contar con objetos estéticos para el uso cotidiano.
Las técnicas de decoración fueron variadas, iniciando con el uso del pincel y las esponjas marinas. En otras épocas se utilizaron moldes de cartón y cartulina para hacer las flores de manera medida: proceso de decoración en serie. Otras empresas utilizaron calcomanías que fijaron al producto en bizcocho. Sin embargo, se retornó a la decoración manual y las artesanas experimentadas tuvieron libertad sobre la pieza de barro.
Las decoradoras pintaron figuras naturales que inspiraron las pintas tradicionales, actualmente trazadas en platos, tazas, pocillos y demás utensilios. También se habla de decoración con motivos indígenas y tropicales por los años 30´s, a cargo del señor Pepe Mejía, como una manera de retratar elementos propios del entorno.
Cuando la empresa de cerámica La Continental quiso desechar el uso de calcomanías, se abrió un salón de decoración “manejado por unos siete hombres”, según cuenta Consuelo Arias, decoradora de profesión. Sin embargo, el salón fue cerrado a causa de una huelga que emprendieron estos personajes, época en la cual se permitió que varias mujeres de la fábrica practicaran la decoración algunos minutos del día y, posteriormente, el salón se reabrió con varias de estas mujeres, generalizando la decoración como actividad femenina.
Anteriormente estas pintas no tenían nombres, solamente se determinaban de acuerdo al número que reposara en sus catálogos de decoración. Florelba, la pinta azul cobalto, era la  número 011 en el catálogo de La Continental. De ésta se dice que fue una muestra que trajo algún comerciante al municipio y se reelaboró a manos de la decoradora Flor Elba Vargas, hasta convertirse en lo que es ahora: “capullos de agujitas puntiagudas”, en palabras de Consuelo Arias.
La lista de decorados básica, en aquel entonces, incluía también las pintas Primavera y Saúl (012). Guillermo Rendón, quien llegó como jefe de ventas a La Continental, fue quien inició el primer almacén de artesanías y puso nombres a éstas y otras pintas, que se convirtieron en las tradicionales.
Doña Consuelo, quien actualmente decora en Artesanías AZ, fue quien diseñó las pintas Aguamarina, Floral, Dalia, Camelia y Lucía, a esta última pinta, que mezcla el azul turquesa y el naranja, la llamó por el nombre de su madre. Para Consuelo “una pinta fea es la que se ve como triste”, por eso ella va componiendo sobre la marcha, agregando color con sus pinceles y, en el mismo plato, va dando formas cuando de crear nuevas pintas se trata.
Los diseños que van surgiendo hacen parte de un proceso de experimentación: combinación de colores, formas e imaginación. Muchas de estas piezas de barro, con sus trazos y colores exclusivos, se han hecho objetos hermosos e inimitables.
Así como Consuelo, muchas otras decoradoras, en diferentes talleres o fábricas, recogen las piezas luego de la primera quema en el horno, las desempolvan, hacen la prueba del timbre, las clasifican y pasan a decorarlas con sus propias manos, haciendo uso de pinceles, esponjas y alguno de los colores que disolvieron en agua.

Producción y redacción: Marisol Gómez Castaño

Las vajillas de El Carmen de Viboral


Un pequeño y rústico taller de cerámica albergaba, hasta hace un par de años, gran parte de la historia de esta práctica artesanal en El Carmen de Viboral. No solo tenía importancia la manera tradicional como se producían las vajillas de barro en El Trébol; además, era valioso el conocimiento y las anécdotas de otros días narradas por don Clemente Betancur. Allí, este ceramista de profesión contaba viejas historias a quienes visitaban su taller…
Las grandes fábricas, durante la época dorada de la cerámica, incluyeron todo el proceso de transformación de la materia prima, contaban con grandes cunetas, fuentes de agua, molinos y varios obreros involucrados en una y otra parte del proceso.
La arcilla reposaba en tanques de agua, las piedras como el feldespato y el cuarzo se trituraban y afinaban con la intensión de pulverizarlas. Así, se tenían grandes molinos de madera, que aunque rústicos, lograban transformar estos minerales en polvo blanco.
Después se combinaba el fino polvo y la arcilla en pocas cantidades de agua, y se amasaba con el ánimo de obtener una mezcla pura y consistente. Con el paso de los años, don Clemente y los demás artesanos empezaron a comprar la pasta lista porque facilitaba el trabajo, los talleres podían ser más reducidos y el barro traído era de mejor calidad. Las demás etapas del proceso continuaron siendo las mismas de antes, sin dejar a un lado el saber tradicional con el que contaban los ceramistas.
Para darle forma al barro, los artesanos recurren a dos procesos de moldeado, uno de ellos hace uso de la mezcla en estado líquido, que es vaciada a moldes de yeso hasta que seque completamente. El otro proceso trabaja la pasta en estado sólido, que es depositada en moldes donde empieza a girar el disco del torno y a dar forma a platos hondos, tazas y pocillos.
Así son obtenidas las piezas en crudo, dejadas en lugares aireados sobre estantes de madera. Posteriormente el artesano pule, limpia y deja listas las piezas de barro para la primera quema o cocción en bizcocho, como se le llama tradicionalmente. En este proceso, las piezas son llevadas al horno durante algunas horas, mientras el artesano experimentado hace control de la temperatura y la cantidad de carbón suministrado, de una manera rústica: a ojo. Cuando el horno se apaga, las vajillas se dejan en enfriamiento durante 48 horas.
A continuación llegan las mujeres decoradoras a estos talleres, expertas en trazar pinceladas coloridas que van dando alegría a cada pieza de barro. Luego, cada producto se sumerge en tanques de líquido blanco donde se esmaltan y adquieren una cubierta impermeable que, además, le da brillo a cada recipiente. Así, se llevan nuevamente al horno para la segunda y última quema.
Al terminar el proceso se hacen algunas pruebas de calidad, como el timbre, para lo cual es indispensable que los artesanos tengan buen oído y puedan definir el tipo de golpe. “Si el golpe es seco, significa que hubo problemas en la cocción”. Finalmente, los artesanos empacan las vajillas y las llevan a la venta. Anteriormente, estos productos se transportaban en guacales de madera y paja y se vendían con la ayuda de algunos pregoneros en pueblos cercanos. Ellos, con voces encantadoras y el tono picaresco propio de los pueblos antioqueños, se robaban la atención en las tradicionales ferias. 

Producción y redacción: Marisol Gómez Castaño

Historia de la cerámica en El Carmen de Viboral


Corrían las últimas décadas del siglo XIX, cuando el señor Eliseo Pareja llegó a El Carmen de Viboral y descubrió la riqueza de la región en feldespato y cuarzo, minerales necesarios para la fabricación de piezas cerámicas. Sería este personaje el fundador de la primera fábrica “Locería del Carmen” y el forjador inicial de una tradición de más de 110 años.
Eliseo Pareja, acompañado de Lisandro Zuluaga, provenían de la locería de Caldas donde trabajaban como operarios, ellos estaban en búsqueda de un lugar donde asentarse, ruta que los llevó a El Santuario y, posteriormente, al municipio donde le dieron vida a sus piezas cerámicas desde el año 1898.
Con el paso del tiempo comenzaron a establecerse nuevas fábricas de loza y algunos talleres en predios familiares, tanto así que en el año 1987 se contaban con 27 establecimientos dedicados a la producción de vajillas del Carmen de Viboral.
Fue de esta manera como algunos carmelitanos se hicieron cercanos a la arcilla, la fábrica, a los molinos rústicos con los que se generaba energía para procesar la materia prima y a la manera primitiva como se producían estas piezas de barro. Algunos artesanos recuerdan los largos trayectos por caminos reales, con pocillos, platos y tazas a lomo de mula, dirigiéndose a Sonsón y como destino final al centro del país.
A finales de la década de los 80´s, la fábrica de cerámica La Continental comenzó un proceso de exportación que aceleró su éxito y reconocimiento. Las vajillas del municipio llegaban a todo el país, se sabía del oficio de los ceramistas, se destacaron algunas de las pintas plasmadas por las decoradoras y se hablaba de más de 2000 familias que sobrevivían gracias a la producción de loza.
Sin embargo, a mediados de los 90´s disminuyeron significativamente los encargos de vajillas como resultado de la apertura económica (con la que ingresó cerámica al país a bajos precios) y el uso de materiales de plástico como utensilios cotidianos de cocina. Finalmente, estos factores provocaron que numerosas fábricas y talleres cerraran sus puertas.
Así finalizó lo que algunos llamaron la época dorada de la cerámica. Sin embargo, quedaron algunos talleres familiares que resistieron por el amor que profesaban los artesanos a la transformación del barro y porque todas sus vidas habían sido dedicadas a este oficio. Continuaron motivados por los recuerdos de otros días.
Cuando se pregunta por alguna vieja fábrica de loza, aparecen nombres como La Moderna, La Continental, El Cóndor, La Júpiter, entre otros. Algunos carmelitanos más, mencionan el recuerdo de carreteras veredales invadidas por recortes de loza en bizcocho, sin pintura ni esmalte: “las calles de Campo Alegre –dicen– tenían una apariencia blanca”.

Producción y redacción: Marisol Gómez Castaño
Artículo para: http://www.delcarmendecor.com/