domingo, 12 de mayo de 2013

Mujeres carmelitanas de esponja y pincel



Retrospectiva
La mujer reivindica su papel dentro de la sociedad carmelitana, es madre y esposa conservadora en la mayoría de casos, pero  ̶ desde mediados del siglo pasado ̶  empieza a asumir un rol de mujer trabajadora en un oficio que cobra fuerza y que se impone localmente: se acerca al barro, a la producción cerámica.
Ellas empiezan, entonces, a involucrarse en la fábrica, en cualquiera de los procesos por los que pasa una pieza cerámica antes de estar puesta a la mesa en los encuentros familiares y sociales. Por temporadas las obreras y obreros eran asignados y reasignados en labores de moldeo, tornos, colado, lavado, pulida o empaque de loza. El papel de la mujer en este oficio no era indispensable ni admirable (como en la actualidad), pero fue la manera que varias de ellas encontraron de oponerse a un destino preestablecido que las hubiese obligado a permanecer dentro de la casa; en otros casos, era la posibilidad de mejorar las condiciones económicas del hogar y en el caso de las mujeres viudas era la manera de sacar adelante a sus hijos sin desgastarse al sol y al agua en el trabajo del campo.
Esa fue la puerta de entrada de algunas mujeres  ̶ por lo menos de manera más significativa y numerosa para la época ̶  a la historia de la cerámica: un oficio que cobraba tanta fuerza las necesitaba a ellas, además de las condiciones económicas y sociales cambiantes que las llevaba cada vez, y con más fuerza, por fuera de los predios familiares.
Para algunas mujeres, las técnicas de producción cerámica eran medianamente conocidas, los pequeños talleres familiares que se fueron creando les mostraron el oficio y, algunas mujeres, tuvieron la posibilidad de colaborar en talleres cercanos a sus casas, propiedades del abuelo, el tío o el mismo padre.
Sin embargo, el papel fundamental de la mujer en la historia de la cerámica vendría después, éste va ligado a la decoración a mano de las vajillas producidas en El Carmen, que es lo que hoy en día le da el valor más significativo a este oficio porque es “quien pone la cara por todo el proceso”.

Algunas mujeres: de obreras a decoradoras
“A comienzos de los años 60`s, la ya desaparecida cerámicas La Continental busca generar importancia en la imagen decorada a mano, antes de ello El Carmen había dado pequeños pasos en un universo que no conocía bien. Entonces, don Alfonso Betancur (Gerente de La Continental) comienza una etapa de cambios que tocan los procesos productivos, haciendo énfasis en la decoración. No tenemos certeza de cómo fue su contratación, pero así se hizo: llegaron desde el sur un grupo de seis decoradores que traían consigo ideas que aquí cobraron fuerza, y en un proceso de búsqueda en lo cotidiano nacieron las decoraciones fundamentales de lo que hoy conocemos como la iconografía carmelitana.”, afirma el artista y ceramista José Ignacio Vélez.
A partir de ese momento, inicia un proceso de innovación y creación en el Salón de decoración de esta gran fábrica de cerámica, donde se fijaron algunas de las “pintas” que hoy hacen parte de la tradición carmelitana pero que, en ese entonces, no se nombraban como ahora, es decir, se llamaban de acuerdo al número que ocupasen en el catálogo de decoración que se iba consolidando.
Sin embargo, este salón fue cerrado a causa de una huelga que emprendieron los trabajadores que habían llegado desde el sur, y se dio el espacio para que algunas de las mujeres trabajadoras de esta fábrica (en diferentes procesos) practicaran la decoración algunos minutos al día, puesto que se les consideraba más sumisas, temerosas y vinculadas a su trabajo con afecto.Empezábamos ensayando de una vez en el bizcocho, siempre va a ser más fácil aprender en el plato que en el papel”.* Después de esa exploración, se potenció un vínculo que hoy permanece entre la mujer y la decoración de cerámica: el salón se reabrió con varias de estas mujeres, generalizando la práctica como actividad femenina y posibilitando el hecho de que muchas de sus hijas crecieran viendo como atractivo el embellecimiento del barro.
A estas mujeres, y a quienes aprendieron la técnica posteriormente, las llaman “decoradoras tradicionales” porque tienen en la cabeza todas las decoraciones que surgieron a partir de la época dorada de la cerámica, porque han realizado sus propias decoraciones inspiradas en las primeras existentes y por la manera en que hacen uso de pinceles y esponjas como si fuesen parte de sus propias manos, es decir, por la fusión que existe entre sus conocimientos, sus nuevas ideas y el dominio de los instrumentos que les permiten dar vida y color a las piezas en bizcocho.
Con lo atractiva que se fue haciendo la decoración en la cerámica carmelitana se crea, inicialmente en La Continental, la necesidad de nombrar las “pintas”, es decir, ya no se llamarían de acuerdo al número ocupado en el catálogo de decoraciones, si no que se les daría un nombre particular, como quien da vida a lo que crea para que pueda sostenerse y ganar credibilidad en el tiempo. En palabras de José Ignacio Vélez “algunas de las decoraciones tradicionales se cree que fueron nombradas por Alfonso Betancur (gerente de La Continental) y Olga Ligia Betancur (su hija), como una necesidad urgente (entre otras cosas) de expresarse como otros mercados”.
La pinta “Florelba”, por su parte, era la número 11 de este catálogo, decoración que había sido reinterpretada por la decoradora Flor Elba Vargas y que, en la necesidad posterior de darle vida a esos trazos definidos que conformaban cada diseño, pasó a heredar el nombre de esta mujer.
En todo este proceso de decorar y nombrar, hasta la actualidad, algunas de las pintas heredaron los nombres de otras decoradoras como “Carmelina”, otros nombres se consolidaron por situaciones particulares de la época como la decoración “Saúl” (que se nombra así por un programa televisivo llamado “Saúl en la olla”) y otras que se expresan desde la palabra y desde el diseño mismo como una necesidad de evocar lo local, como el caso de las decoraciones “Carmen”, "Viboral” y “Maíz”.
Finalmente, este oficio es el resultado de una exploración ligada a figuras naturales que involucran flores, hojas, enredaderas, frutos... (Exploración que permanece y que consolida nuevos diseños, nuevos nombres y nuevas decoradoras que hacen parte de la historia local).
El oficio es resultado, además, de la sensibilidad de las mujeres que para la época lograron llevar estas ideas a los platos y continuarlas con el paso y el desgaste de los años. Muchas de las “pintas tradicionales” se han ido transformando sutilmente con el paso del tiempo, con el envejecimiento de estas mismas mujeres: transformaciones que poco a poco involucran las formas, los colores y los tamaños de la mano de cada decoradora y su recuerdo particular de cómo fue en el principio.

*Testimonio de una decoradora. En: Informe de práctica (2012). Elaborado por: María Victoria Portela M.
Fotografía mujer decoradora, tomada por Maria Victoria Portela M.

Artículo publicado el 12 de mayo de 2013 en Opinión a la Plaza: http://opinionalaplaza.com/index.php?option=com_content&view=article&id=124Itemid=181

Artículo publicado el 1 de junio del 2013 en Alternativa Regional: http://alternativaregional.com/mujeres-carmelitanas-de-esponja-y-pincel

Artículo publicado el 5 de junio del 2013 en Inforiente Antioquia: http://inforiente.info/ediciones/2013/mayo-2013/2013-05-20/30450-mujeres-carmelitanas-de-esponja-y-pincel.html

jueves, 9 de mayo de 2013

Un pueblo blanco que otros llamaron ciudad


El extenso paisaje sonsoneño fue, por muchos años, la ruta de colonización hacia el sur del pais, era sitio obligado para llevar la mercancía de la región a otros departamentos colombianos. No en vano se habla de la tradición arriera que heredaron los hijos, nietos y bisnietos de los hombres de finales del siglo XIX que transportaban cerámica, productos agrícolas, comestibles y herramientas de uso cotidiano. Existe allí, además, una historia herrera que no solo cobija las herraduras y monturas de los caballos para hacerlos adecuados medios de transporte, hoy se lleva a objetos de decoración como quijotes y sanchos, recreación de oficios de ciudad y una que otra veladora o candelabro.
Presentamos, en este espacio, algunas imágenes de un pueblo detenido en el tiempo, de un municipio que alberga fachadas de otros días y que se presenta ante los viajeros con una arquitectura prolongada que enaltece su valor patrimonial. Esta acogedora localidad está ubicada en la zona páramo, sin embargo, su condición montañosa recrea los climas más insospechados a pocos minutos de lejanía con el centro poblado.



Ubicado en la plaza principal del municipio de Sonsón, se encuentra lo que fue considerado el “Balcón más lindo de Antioquia” durante la década de los 80`s. Una extensa construcción colonial que actualmente alberga parte de la dinámica cultural de la localidad con los sonidos de la Escuela de Música.



El terremoto del 30 de junio de 1962, derribó parte de la antigua catedral de este municipio construida en piedra o granito sacado de las canteras de Roblalito, una majestuosa obra arquitectónica que fue considerada la segunda mejor iglesia en América Latina a principios del siglo XX. Cuando esta edificación cayó, se construyó una moderna parroquia que es quien hoy da la cara por un municipio fuertemente católico.



La Casa de los Abuelos alberga restos de la tradicional cultura antioqueña con historias sobre el “hueso gustador”, el “pilón del maíz” y el “escupidero” al lado de la cama. Esta casa museo reúne, además, las herramientas de producción y algunos ejemplares de lo que fue el primer periódico de provincia en todo el país: La Acción, fundado en 1918 por la Sociedad de Mejoras Públicas del municipio. El periódico, hasta el año 2008, se producía de manera artesanal en un taller destinado para el trabajo de las hermanas Cárdenas en la Casa de los Abuelos. Lucrecia y Bertha eran las encargadas del proceso manual con el que colocaban “letra por letra” en un juego de fichas móviles que permitía armar las oraciones, párrafos y, finalmente, las páginas completas de cada nueva edición. El periódico aún circula dentro y fuera del municipio, sin embargo, su proceso se ha tecnificado para la facilidad de las generaciones que han heredado su producción y conservación.



Finalmente, presentamos una imagen del páramo de Sonsón, visto desde el monumento de “Cristo Rey”, desde donde pueden verse las construcciones lejanas de la zona urbana de este municipio y, por otro lado, las extensas filas montañosas que alojan la ruralidad escondida dentro de este bosque de niebla.
Esa nubosidad alcanza (en algunos días de frío extremo) la urbe de Sonsón, cobijando las edificaciones, los árboles, los vehículos y los mismos transeúntes. En esos días de frío extremo, Sonsón da la apariencia de pueblo blanco.

Artículo publicado durante el mes de abril de 2013 en Opinión a la Plaza: http://www.opinionalaplaza.com/index.php?option=com_content&view=article&id=114&Itemid=183

Después de la Algarabía (opinión)


Puede ser un asunto de época el evidente desequilibrio emocional, es decir, el resultado de lo que genera un tiempo que por tradición se dedica a compartir con las personas queridas, pero que no necesariamente se cumple al pie de la costumbre. Es, y también es válido, un tiempo para vivir, compartir, conocer y aburrirse. Tiempo libre, al fin y al cabo.
Lo que queda después de estos días, y no lo digo por mí ni por mis cercanos solamente, sino por el montón de rostros que adivino a partir de la “intuición”… lo que queda, lo que veo, es una multitud de tristes, desencantados, inútiles e inmóviles, días en vano, depresión pos alcohol, billeteras débiles y espíritus frágiles (al menos se cumple con alguno de estos síntomas). Algunos, valientes, seguramente fijan sus esperanzas en el año que empieza, esperanzas que no serán de gran ayuda cuando el “año nuevo” esté acabando.
Para los tristes (o las tristes exactamente), para quienes quedan con el ánimo embolatado después de estos días, es que escribo este artículo. Las demás, bien pueden dejar de leer estas líneas, o leerlas y pensar que no es un asunto de ellas, que no les compete, incluso que no es la realidad: sí, puede ser una estupidez y en fin.
Confieso mi lamento por robarme un espacio como este hablando de “banalidades”, pero no quiero escribir sobre cualquier asunto actual menos pasajero; esto es lo que sucede a mi alrededor por estos días y mal haría en hablar de otras cosas. Además, aprovecho que me fue dada una total libertad para escribir, y que mencionando a este personaje -Héctor Abad Faciolince-, puedo causar un dolor de cabeza y herir la búsqueda e intelectualidad de un par de amigos que no lo aprecian nada… Bueno, debo decirlo, yo lo aprecio bastante.
Y para volver a esa situación debilitante, que puede o no ser producto de los días que siguen a la fiesta y la algarabía, al mismo tiempo que intento unirlo a la escritura de una casi mujer (Faciolince) desde la experiencia y el conocimiento que tiene de nosotras, aunque a veces se equivoque, mencionaré que recomiendo para las agotadas de espíritu el libro “Tratado de culinaria para mujeres tristes”, (los hombres ya debieron haber huido de aquí algunos párrafos antes).
Quizás no sea la escritura que recomendaría a las mujeres que tienen la razón tan “avanzada” que han dejado de lado el sentir –déjenme dudarlo-, pero celebro la manera jocosa en que estas líneas nos acercan a la tragedia femenina de todos los días, esta escritura nos infunde un ritual absurdo que no logra apaciguarnos ante el dolor, la culpa, la espera, la infidelidad, los días de ciclo lunar…
Simplemente, y para mí es suficiente, es una burla respetuosa frente a la desdicha. Está bien, no diré que es respetuosa, pero por lo menos acude a un humor negro que disfruto porque me lleva a la risa, a una risa inteligentemente absurda (a mi modo de ver).
Por si alguien tiene dudas, debo aclarar que no es ese tipo de escritura que a “muchos” salva o ayuda. Claro que no, de ser así, quizás lo hubiera descartado con solo saber ese macabro propósito. Se trata de literatura, sin pretenderme experta en el asunto, porque cumple los requisitos que le exijo a una obra literaria y finalmente, a cualquier obra de arte: que tengan la capacidad de involucrarme en lo que se narra, que me permitan identificarme con algún personaje, alguna acción o algunas líneas bien logradas y que, sin solucionarme la vida, me permita ahondar en lo que pasa y lleguen cuestionamientos vagamente inducidos. A una obra literaria, a esta para no salirme del plano elegido, le tengo respeto y aprecio por permitirme pasar las páginas al tiempo que pasaba apartes de vida (recuerdos, instantes y deseos de futuro) de muchas mujeres en diferentes momentos de sus vidas. El libro, como tal, tiene mi aprecio por ponerme trabas desde un lenguaje juguetón y por hacerme sonreír con lo casi ridículo de un “ritual” que se dicta a modo de receta culinaria (para que los hombres “machos” se terminen de excluir de su lectura, de una buena vez).

Artículo publicado el 3 de enero de 2013 en el blog de Opinión a la Plaza: http://opinionalaplaza.blogspot.com/2013/01/despues-de-la-algarabia.html