miércoles, 27 de junio de 2012

¿Qué tal si planeamos desde la cercanía?(Ensayo)


No hay futuro aislado ni completamente adivinado, es ahora cuando construimos lo que seremos.

Basta con pensar nuestra realidad, por lo menos esa invención subjetiva y al mismo tiempo mediada a la que nos ha llevado nuestro paso por la vida, para darnos cuenta de que hace falta un desarrollo real, que no recurra a edificios gigantes, escuelas vacías, parques desolados, sino a escenarios naturales e incluyentes para que se pueda habitar el mundo.
Y si pensarnos en el futuro no está alejado de lo que somos, sabemos y hacemos ahora, debo decir que eso “que está por venir”[1] no alcanza a ser transformador del camino de explotación, aprovechamiento y abuso que hemos dirigido hacia adelante, donde nos aíslanos unos a otros todos los días.
La misma revolución industrial trajo consigo un afán de “modernización y progreso” que no distingue entre los beneficios y los desastres para el ser humano, que sustenta la explotación de la tierra y los demás seres vivos para abastecernos y acceder a lujos innecesarios que nos acercan a una supuesta felicidad, promocionada (mayormente) en medios de información masivos.
Si eso que está por venir tiene que seguir padeciendo la explotación minera, la contaminación de ríos y mares, la explotación laboral, la corrupción de funcionarios estatales, la manipulación que ejercen los medios de información, el hambre de quienes no acceden a los supermercados, ni a salud y educación de calidad… no veo un futuro despejado y, mucho menos, mejorado.
Pero es hora de dejar a un lado lo desgraciado que hemos vuelto algunos aspectos del presente, que nos han hecho pesimistas. Es momento de plantear soluciones imaginadas, iniciadas y/o concertadas desde lo local.
No en vano surgen todas las propuestas de desarrollo incluyente, a escala humana, cambio social, sostenible, desde lo rural… por parte de grandes pensadores, que se han acercado a comunidades afectadas y han encontrado allí las respuestas. La necesidad de cambio se nos figura ahora, porque estamos avanzando a lo desconocido que se nos presenta hostil, desmedido e insostenible.
Si me preguntan, entonces, por el futuro que deseo (alejado de lo que hacemos ahora) yo diría que es el momento indicado para apoyar, hacer surgir y avanzar las iniciativas locales, los pequeños proyectos construidos por comunidades que se piensan y asumen como responsables del avance propio, para incidir (algún día) en territorios mucho más extensos.
Actualmente vemos colectivos, fundaciones y jóvenes con proyectos escolares/académicos que están preocupados por incidir desde programas periódicos, encuentros temporales y planes de acción efectivos en diversas áreas del saber y hacer para generar transformaciones sociales.
Menciono algunos de estos procesos (que avanzan y requieren apoyo) en Colombia: agroecología para el abastecimiento de productos sanos y campesinos sanos; conservación de bosques para conservar la riqueza hídrica, la flora y fauna; escuelas de comunicación comunitaria para aumentar la participación social, la exigencia de sus derechos civiles y la capacidad de hacer memoria del territorio en productos periodísticos; proyectos de cultura y desarrollo, que lejos de asumir a las personas como espectadoras las proponen como actores sociales que reivindiquen la localidad; encuentros de ruralidades, donde se reivindica el valor, aporte y la construcción de las comunidades campesinas; grupos estudiosos y propulsores de la soberanía alimentaria, que se oponen a grandes proyectos de Estados que no miran al interior de sus países: TLC en Colombia.
Son muchos de estos procesos, nacientes o avanzados, los que están generando la necesidad de pensarnos más allá de la subsistencia diaria y la riqueza económica, porque se rescata el valor de hacernos sujetos dignos, defensores del territorio y proponentes de un modelo de desarrollo propio.
Se instala, ahora, el trabajo en red y una autogestión en diversos escenarios (que parte del trabajo voluntario de profesionales, líderes comunitarios y población reflexiva) para que dichas propuestas y encuentros puedan incidir realmente, generar cambios y opciones para su realización.
Considero que es este el momento de apoyar las pequeñas propuestas, y dejar a un lado los grandes proyectos que llegan a través de corporaciones, instituciones y empresas que gastan sus recursos en burocracia y resultados cortoplacistas.
Más allá de efectos inmediatos, es necesario dejar instaladas las capacidades para el cambio en manos de las comunidades (no propuestas específicas), para que el movimiento surja de ellas mismas porque las asumen como propias y procuran su conservación e impacto. No es necesario invertir en más proyectos ajenos, nombrados por las comunidades como “construcciones de la Unicef”[2] o “agencias de prensa del PNUD”, no es necesario el protagonismo que quieren entidades, ONG´s y Estado quienes sustentan la inclusión social en indicadores ajenos, lejanos de la calidad y el impacto real.


[1] Definición de Futuro. En: Real Academia Española
[2] Gumucio, Alfonso. En: Conferencia-Panel comunicación y educación para el cambio social. Universidad de Antioquia. 12 de junio de 2012.