No
hay futuro aislado ni completamente adivinado, es ahora cuando construimos lo
que seremos.
Basta
con pensar nuestra realidad, por lo menos esa invención subjetiva y al mismo
tiempo mediada a la que nos ha llevado nuestro paso por la vida, para darnos
cuenta de que hace falta un desarrollo real, que no recurra a edificios
gigantes, escuelas vacías, parques desolados, sino a escenarios naturales e
incluyentes para que se pueda habitar el mundo.
Y
si pensarnos en el futuro no está alejado de lo que somos, sabemos y hacemos
ahora, debo decir que eso “que está por venir”[1] no alcanza a ser transformador
del camino de explotación, aprovechamiento y abuso que hemos dirigido hacia
adelante, donde nos aíslanos unos a otros todos los días.
La
misma revolución industrial trajo consigo un afán de “modernización y progreso”
que no distingue entre los beneficios y los desastres para el ser humano, que
sustenta la explotación de la tierra y los demás seres vivos para abastecernos
y acceder a lujos innecesarios que nos acercan a una supuesta felicidad,
promocionada (mayormente) en medios de información masivos.
Si
eso que está por venir tiene que seguir padeciendo la explotación minera, la
contaminación de ríos y mares, la explotación laboral, la corrupción de
funcionarios estatales, la manipulación que ejercen los medios de información,
el hambre de quienes no acceden a los supermercados, ni a salud y educación de
calidad… no veo un futuro despejado y, mucho menos, mejorado.
Pero
es hora de dejar a un lado lo desgraciado que hemos vuelto algunos aspectos del
presente, que nos han hecho pesimistas. Es momento de plantear soluciones
imaginadas, iniciadas y/o concertadas desde lo local.
No
en vano surgen todas las propuestas de desarrollo incluyente, a escala humana,
cambio social, sostenible, desde lo rural… por parte de grandes pensadores, que
se han acercado a comunidades afectadas y han encontrado allí las respuestas. La
necesidad de cambio se nos figura ahora, porque estamos avanzando a lo
desconocido que se nos presenta hostil, desmedido e insostenible.
Si
me preguntan, entonces, por el futuro que deseo (alejado de lo que hacemos
ahora) yo diría que es el momento indicado para apoyar, hacer surgir y avanzar
las iniciativas locales, los pequeños proyectos construidos por comunidades que
se piensan y asumen como responsables del avance propio, para incidir (algún
día) en territorios mucho más extensos.
Actualmente
vemos colectivos, fundaciones y jóvenes con proyectos escolares/académicos que
están preocupados por incidir desde programas periódicos, encuentros temporales
y planes de acción efectivos en diversas áreas del saber y hacer para generar
transformaciones sociales.
Menciono
algunos de estos procesos (que avanzan y requieren apoyo) en Colombia:
agroecología para el abastecimiento de productos sanos y campesinos sanos;
conservación de bosques para conservar la riqueza hídrica, la flora y fauna;
escuelas de comunicación comunitaria para aumentar la participación social, la
exigencia de sus derechos civiles y la capacidad de hacer memoria del
territorio en productos periodísticos; proyectos de cultura y desarrollo, que
lejos de asumir a las personas como espectadoras las proponen como actores
sociales que reivindiquen la localidad; encuentros de ruralidades, donde se
reivindica el valor, aporte y la construcción de las comunidades campesinas;
grupos estudiosos y propulsores de la soberanía alimentaria, que se oponen a
grandes proyectos de Estados que no miran al interior de sus países: TLC en
Colombia.
Son
muchos de estos procesos, nacientes o avanzados, los que están generando la
necesidad de pensarnos más allá de la subsistencia diaria y la riqueza económica,
porque se rescata el valor de hacernos sujetos dignos, defensores del
territorio y proponentes de un modelo de desarrollo propio.
Se
instala, ahora, el trabajo en red y una autogestión en diversos escenarios (que
parte del trabajo voluntario de profesionales, líderes comunitarios y población
reflexiva) para que dichas propuestas y encuentros puedan incidir realmente,
generar cambios y opciones para su realización.
Considero
que es este el momento de apoyar las pequeñas propuestas, y dejar a un lado los
grandes proyectos que llegan a través de corporaciones, instituciones y
empresas que gastan sus recursos en burocracia y resultados cortoplacistas.
Más
allá de efectos inmediatos, es necesario dejar instaladas las capacidades para
el cambio en manos de las comunidades (no propuestas específicas), para que el
movimiento surja de ellas mismas porque las asumen como propias y procuran su
conservación e impacto. No es necesario invertir en más proyectos ajenos,
nombrados por las comunidades como “construcciones de la Unicef”[2] o “agencias de prensa del
PNUD”, no es necesario el protagonismo que quieren entidades, ONG´s y Estado
quienes sustentan la inclusión social en indicadores ajenos, lejanos de la calidad
y el impacto real.
[1]
Definición de Futuro. En: Real Academia Española
[2] Gumucio,
Alfonso. En: Conferencia-Panel
comunicación y educación para el cambio social. Universidad de
Antioquia. 12 de junio de 2012.