miércoles, 7 de mayo de 2014

Tierra de Colores: reciclaje y vidas

“Nos duele la mendicidad, no nos gusta pedir para vivir. No hemos tenido las mejores oportunidades, pero las hemos buscado y hoy vivimos de lo que encontramos en las calles. Recogemos del piso nuestro sustento de vida.”
Rocío Hoyos, jefe de bodega de Tierra Color

Vivir la necesidad en carne propia, visionar una posibilidad de ingresos, echar a rodar las oportunidades y tratar de rescatar vidas humanas del frío y peligro de las calles, fue la secuencia de sucesos que dieron vida a Tierra Color.
Rubiela Botero, fundadora y actual gerente de esta Corporación de Servicios Ambientales, fue parte del sector financiero por más de 20 años, ocupó diferentes cargos y, por mérito, llegó a asumir la gerencia de uno de los bancos que mayor credibilidad tenía en El Santuario, Antioquia. Pasado el tiempo perdió su trabajo y en medio de la preocupación, la dificultad para aportar al sostenimiento de su hogar y el desespero por las deudas que crecían sin consideración, visualizó una posibilidad de sostenimiento y de generar cambios de vida en la creación colectiva de una corporación de reciclaje, puesto que no había una empresa encargada de recolectar este material en el municipio.
A su nuevo proyecto de vida convocó mendigos de las calles, niños que no iban a la escuela porque debían recoger botellas y papel, víctimas y desplazados por el conflicto armado colombiano, mujeres que se dedicaron en otros tiempos a la prostitución y comunidad LGTB que tenía dificultades para asegurar un puesto laboral en esta sociedad. La premisa era clara: “No tenemos que ser iguales para convivir y salir adelante. Aquí todos cabemos, reciclamos nuestras vidas también”.


Desde el 2007 mamá Rubiela, como le llaman algunos, encontró apoyo en un joven trabajador de la Empresa de Servicios Públicos: Faber Zuluaga (actual subsecretario de desarrollo social); ambos gozaban de reconocimiento en este pueblo antioqueño por lo que fue fácil que las empresas locales aceptaran que ellos manejaran su reciclaje, y la Administración Municipal detectó que se estaban generando cambios en la cotidianidad santuariana. Así, en el 2008 se consolidó con fuerza este proyecto ambiental que no ha parado de crecer y sorprender.
Los maestros en el reciclaje de Tierra Color fueron dos niños que se dedicaban a estas labores, Duber y Diego Gómez, quienes sabían todo acerca de la búsqueda, separación de material, reutilización, venta de reciclaje… Los pequeños enseñaron sus técnicas a un grupo de personas mayores y, más adelante, fueron apoyados en su proceso de escolarización junto a otros 17 niños, quienes pudieron culminar su bachillerato con éxito y buscar otras posibilidades de vida.
“Hablar de Tierra Color, en el municipio de El Santuario, es todo un acontecimiento. Inicialmente, la apuesta era reivindicar al reciclador en el imaginario de los santuarianos y se logró, ahora hay respeto, ya no les tiran el cartón desde un piso alto”, afirma doña Rubiela. Allí se han vinculado estudiantes de secundaria para realizar su alfabetización, entonces estos jóvenes reciclan en compañía de otros recicladores de oficio; además, en los barrios se ha promovido la adopción de un reciclador, a quien le entregan todo el material reutilizable del sector y lo tienen en cuenta en sus planes comunitarios.
Esta organización integra a 56 personas vinculadas indirectamente, que son quienes reciclan, a ellos se les enseña a leer, escribir, sumar, restar, multiplicar... se convoca también a sus familias generando espacios para actividades lúdicas, talleres artísticos y educación secundaria. Actualmente, Tierra Color cuenta con 21 asociados, y algunos de los hijos o nietos de ellos son beneficiados con becas de estudios universitarios, gracias a la gestión de esta corporación.
A Tierra Color se han acercado empresas de la región para incluirlos en proyectos productivos y en procesos de formación. Los beneficios obtenidos incluyen un espacio en comodato con la Administración Municipal de El Santuario, recursos de la Gobernación de Antioquia con los que han adecuado sus instalaciones, un vehículo que está pendiente de entregarles el Departamento para la Prosperidad Social, una alianza con la Corporación Autónoma Regional - Cornare en el manejo conjunto de residuos sólidos mediante el proyecto “Recuperando Sueños” y el proceso de industrialización del jabón con el que quieren generar entradas económicas más convincentes para la comunidad que integran.
Tierra Color, más que una corporación dedicada al manejo de material reutilizable, ha sido una muestra de cómo puede buscarse otra opción para sobrevivir. Allí se han generado vínculos, confianzas y oportunidades entre quienes han padecido la guerra, vivido la pobreza extrema y quienes son excluidos por sus elecciones personales. Ya no se trata de mirarse como víctimas o personas vulnerables, sino “héroes del medio ambiente”, seres humanos que conviven en sus diferencias y con su oficio aportan al progreso local.
“Nuestro aporte a la paz se da desde la inclusión, las oportunidades para las familias de nuestros recicladores, la convivencia que logramos todos los días y el trabajo para que sobrelleven sus tristezas por un pasado en el que perdieron familiares o vivieron episodios violentos. (…) Estoy convencida de que si la gente está con hambre no hay paz; si no tiene educación, con seguridad no hay paz; si no están reconciliados con ellos mismos, no hay paz. Nosotros lo que buscamos es una reconciliación consigo mismos y ese es el principal ingrediente”, afirma doña Rubiela.
Tierra Color le apuesta a la paz desde las oportunidades, la educación y la inclusión porque “la gente buena está en todas partes”. Los colores de esa familia que ellos han construido son tan diversos como quienes se acercan allí; cabe todo el colorido que tengan las vidas y la emoción que cada quien impregna en las cosas que hace. Doña Rubiela concluye diciendo: “Cuando hay comunicación y encuentro, hay respeto: hay colores”.

Redacción: Marisol Gómez Castaño
Artículo construido para: Corporación Prodepaz.

martes, 22 de abril de 2014

El Universo de "Casa de las Estrellas"

Por Marisol Gómez Castaño

Más allá del éxito, mediático o masivo, que ha tenido “Casa de las estrellas” en Colombia, incluso en países lejanos y cercanos al nuestro después de su presentación en la pasada Filbo, permanece la satisfacción de saberlo local, regional, antioqueño, porque fue aquí que a “alguien” se le ocurrió hacerle caso a los niños y fueron estos niños los que tuvieron voz y, desde entonces, eco de sus ocurrentes formas de nombrar el mundo.

La escritura logra definirse, claramente y sin lugar a contradicciones intergeneracionales, en lo dicho por Weimar Grisales a sus nueve años de edad, siendo parte de alguno de los talleres o encuentros con la lectura y la escritura creativa que proponía Javier Naranjo, el escritor y poeta antioqueño que se interesó en la percepción poética que revelaban los niños refiriéndose a sus experiencias de mundo. Weimar dijo que la escritura “es un señor que escribe y tiene mucha autografía”, palabra última que puede acomodarse a la reproducción de textos o formas gráficas, pero que inocentemente se lleva a la conciencia de un “alguien” que produce o reproduce, que sabe hacerlo y lo hace persistentemente.

Javier, por su parte, acepta las definiciones crudas, sabias y juguetonas que ha ido hallando en las voces de pequeños que no tienen restricciones –adultas– con el lenguaje. En el ritmo de esta vida, de este momento que acoge, Javier hace su propio acercamiento a la definición de la escritura como “ese saborcito que permanece con uno durante el día, ese secreto que lo acompaña a uno hasta encontrar la palabra precisa”, que puede o no ser la “perfecta”, pero sí aquella que revela la intención y tensión misma de buscarla hasta llevarla a un pedazo de papel.

Este personaje supo provocar preguntas que estimularan la escritura de los niños con los que se fue encontrando en su rol como docente, y sirvió como altavoz de esas respuestas logradas. Los niños, en el libro, son los verdaderos protagonistas y eso debe quedar claro. Ahora, centro el interés en él como parte del universo que compone la Casa de las Estrellas, un reconocimiento al mismo juego de palabras que hace parte de su día a día y una posibilidad de dar eco a lo que le produce saber que el libro ha tocado más puertas –y mentes– que antes. Éste es el resultado de una entrevista (que me permito llamar conversación) entre Javier y yo.

¿A qué se deberá el boom que logró “Casa de las estrellas” en su cuarta edición?

Hay ecos en muchas partes; es increíble. A mí me da como cierta pena, una especie de pudor. Quiero ser claro en que eso no es mío, el trabajo lo hicieron los niños y todo lo dicen ellos. Mi trabajo fue escucharlos, invitarlos, proponerles y acompañarlos un poco, pero todo lo dicen ellos.

No tuve la sensación de que el libro fuera un éxito en la feria de Bogotá, creo que eso se volvió una bola de nieve muy extraña y fue un éxito más mediático. Allá hicimos el lanzamiento y fueron unas cuarenta o cincuenta personas, un número normal (ni muchos, ni pocos). Pero ahora, está pasando todo esto con el libro, supongo que contribuyó la bella edición y el espacio que dio la feria, porque tras el lanzamiento empieza el eco por todos lados: BBC, El Espectador, Revista Semana, mucha radio colombiana también hizo eco de esto.

Creo que el éxito puede revolverse con cierto criterio de autoridad que algunas personas necesitamos para creer en algo: “si lo dice BBC Londres, ve, pongamos cuidado”. Eso me parece un poco problemático, pero a veces necesitamos que pasen esas cosas en medio del tráfico de la vida. A veces en medio del corre-corre y de las anteojeras del deber necesitamos que nos digan, que nos muestren.

Indudablemente el libro se recibió de otra manera. Dejando de lado el éxito mediático ¿Será que algo diferente pasa con los adultos?

También siento que hay un tiempo para las cosas, y éste es otro tiempo al del libro que salió por primera edición en el año 99. Voy a decir algo que puede sonar un poco romántico, quizás, pero un amigo decía que el mundo estaba vuelto nada, yo también lo creía, y uno tiende de pronto a ser pesimista y mi amigo decía “yo soy optimista”, y es verdad, porque quizá allá tengamos que llegar para cambiar percepciones de la realidad y tener un sentimiento frente a las cosas, a la vida y adquirir –si no lo tenemos– un sentimiento del milagro que es estar vivo.

Quizás a estas alturas algunos puedan escuchar esto, y está dicho en las palabras de los niños… porque ellos todo el tiempo nos dicen cosas. Cuando un niño dice que adulto es “una persona que en toda cosa que hable primero ella”, eso lo tienes que escuchar para dejar de hablar del “yo, yo, yo” todo el tiempo, para escuchar a los demás y para que eso nos quite la ceguera y nos sane un poquitico también.

Hay novedad, o mejor, vigencia en esas definiciones dadas años atrás por los niños. ¿Verdad?

Esto no es nuevo, el primer asombrado soy yo. Me parece tan raro que hayan ecos en Paraguay, Uruguay, Argentina… y nos escriben y preguntan ¿dónde puedo conseguir el libro? Entre otras cosas, me sorprendo no solo porque el libro no es nuevo, sino porque los niños nos están diciendo esto desde que el mundo es mundo… entonces algo pasa, pero yo no sé explicarte qué es. Quizás, como decía alguien, cada cosa tiene su tiempo.

¿En qué momento pensó que estas palabras dichas por los niños había que llevarlas a algún lado?

Yo escribo poesía, no voy a arrogarme el hecho de que me haga peor o mejor persona, le tengo distancia a quienes creen estar por encima del mundo, porque entre más estés en el mundo, más cosas profundas y hondas debes lograr captar; esa idea me ayudaba un poquito.

Yo no pensaba en rescatar el asunto sociológico, ético o psicológico en la escritura con los niños, pues no tengo formación en eso. Me interesaba la percepción poética, la capacidad de revelación y de expresión y hasta la sintaxis tan reveladora que son capaces de lograr los niños, justamente porque ignoran el lenguaje o todos esos entresijos de la lengua. Y bueno, me encuentro con esa sintaxis tan increíble que logran, unos chispazos que son maravillosos.

¿Y cómo logra materializarse esa “provocación” o invitación a escribir en el trabajo con los niños?

Alguien decía que la poesía es cuando dos palabras se juntan por primera vez, o dos circunstancias. Gianni Rodari hablaba del binomio fantástico para explicar cómo si se proponen dos palabras como perro y armario y se les dice a los chicos “relaciónenla”, el perro está en el armario sería una cosa simple y poco diciente, pero si piensan en el armario que era perro… eso ya los lleva a otro territorio.

Entonces, quizás, ese extrañamiento estaba, lo empecé a detectar en ellos. ¿Cómo? no lo sé, pero cuando un niño dice algo así como que “un niño es un amigo que es responsable de las tareas, no toma ron y se acuesta más temprano” yo me dije: aquí hay algo, hay una lógica distinta, hay una manera impecable de definir, una posibilidad de expresarse con una fuerza que me atrae mucho y yo quiero seguir buscando esto. Y es así más o menos que se da, lo seguí buscando sin que se convirtiera en tarea para ellos, a lo largo de años.

¿Cómo vive esos momentos, esos encuentros o hallazgos en medio de una relación cercana con los niños y la escritura?

También operaba el extrañamiento en el sentido en que intuitivamente (porque yo no sabía qué era eso de creación literaria pero era profesor de algo más o menos nombrado así) empecé a leer un poco y me enteré a qué podía llamarse de esa manera.

En el colegio hacíamos sobretodo lecturas, les leía cosas que me gustaban a mí. Yo no tenía idea de este camino, pero fui construyendo esos talleres con ellos, ahí mismo, sobre la marcha. Había un elemento de extrañamiento que les proponía describir: qué era un extraterrestre para ellos, por ejemplo. Lo encontré, no sé cómo, hacía un mal chiste diciéndoles “supongan que yo soy un extraterrestre y mírenme, no les va a costar mucho trabajo tampoco”, y les decía “yo escuché unas palabras, no tengo idea qué es eso, ayúdenme a entender”. Así, ellos empezaban a escribir, se llevaban los cuadernos para la casa, buscaban en el diccionario, los papas les decían qué colocar, preguntaban que si estaba bien o mal… en fin, optamos por hacerlo en la clase, muy de vez en vez, en medio de juegos de palabras.

Y todo tenía validez, me imagino. ¿Así se fue haciendo el libro?

Claro, cómo podés decir a una definición de un niño que así entiende el mundo (sea como sea) que eso está mal; de ningún modo. Que un niño diga que un poeta es una bolita, me parecía simpático; que es un perro, me parece duro y  fuerte; pero que un niño diga que un poeta es alguien que ha descubierto algo en el mundo, ah… Todos esos contrastes están ahí en el libro, yo no dejaba solo lo bonito, lo azucarado y lo meloso, que se supone que es lo lindo de los niños. No, también dejé la dureza, la duda, el miedo terrible que sienten a veces con la vida, con las cosas, con la negativa de los adultos a escucharlos.

Entonces desde ahí están esas palabras escritas y se fue haciendo, el libro se fue haciendo a lo largo del tiempo. Digamos que yo traté de ver esas posibilidades poéticas y creativas de ellos y salieron muchas cosas maravillosas, precisamente porque la mayoría de ellas no respondían a lo que les habíamos enseñado que era el mundo. “El mundo es así” dice el profe y los papas llenos de buenas intenciones, y conociendo los procesos académicos y la empobrecida educación que nosotros replicamos como maestros (precisamente llenos de buenas intenciones) contribuimos a decir todo el tiempo: el mundo es éste. Pero el mundo es más maravilloso, y es encantador que esté lleno de misterios todavía.


Artículo publicado en junio de 2013 en Opinión a la Plaza.

domingo, 23 de junio de 2013

Renacer: insistir en la tradición.

Toda mi vida he estado al lado de la cerámica. Vivo de un arte hermoso y muy digno.
Nelson Zuluaga – fundador y gerente de Cerámicas Renacer.

No es fortuito, para el hijo de un artesano, que sus sueños de vida coincidan con una práctica cultural que ha sostenido su familia. Se llega a ser heredero de una historia ligada a la tradición ceramista, sin dificultades, cuando la infancia se mueve entre el oficio del padre y la belleza que evoca la loza decorada a mano en el mismo lugar donde uno vive.
Nelson Zuluaga es evidencia de ello: creció rodeado de arcilla, moldes, tornos, pinceles, esponjas y pequeños hornos; así como de vecinos, familiares y conocidos que constantemente tenían parte de su piel oculta por polvo blanco y sus ropajes manchados, como resultado de la manipulación del barro y la pintura.
Cuando era estudiante, su padre  ̶̶ que trabajaba por esos días en La Continental ̶̶  le enseñó la técnica para hacer los estuches o cajas refractarias donde se guardaba la loza. Había aprendido muy bien la técnica, le habían dado muy buenos consejos para hacerlos a la perfección y le rendía bastante; así que sus vacaciones eran dedicadas a surtir talleres y fábricas que requerían de estos productos.
Siendo estudiante todavía, pasó a trabajar en horarios nocturnos a cerámicas El Progreso y, junto al señor Samuel Pareja, aprendió a decorar a mano las vajillas que allí se producían.
Más adelante, Nelson ingresó a reforzar el equipo de fútbol de La Continental, dado que gozaba de reconocimiento deportivo a nivel local. Fue ésta la puerta de entrada para ingresar a trabajar a la “gran fábrica de cerámica” como operario y, posteriormente, como supervisor de la sección de tornos.
La historia de La Continental está ligada al éxito desbordado de la producción y venta de vajillas de El Carmen de Viboral, fue una empresa que llegó a tener en sus instalaciones más de 500 empleados dedicados a este oficio y se convirtió en un medio de subsistencia importante para los habitantes urbanos de esta localidad antioqueña. Allí trabajó Nelson durante catorce años, hasta que en 1997 La Continental cerró sus puertas debiendo varios meses de salario a todos sus trabajadores.

De trabajador a empresario
Y “como la muerte de unos es el nacimiento de otros”, Nelson, que sabía que la cerámica de El Carmen de Viboral aún tenía mucho por dar y que no se trataba de la producción de loza sino del valor de ésta decorada a mano, emprende un camino por resaltar las diferentes pintas cerámicas (decoraciones) que daban la cara por la tradición local.
De esta manera, se compró una “casita vieja” donde anteriormente se fabricaban plafones; la idea era reutilizar estas instalaciones (acompañado de tres trabajadores más) y montar un taller dedicado a la “reposición de vajillas” de todas las pintas que se vendían en La Continental.
“Habían muchas decoraciones bonitas y en los hogares colombianos abundaban las vajillas de El Carmen, entonces yo pensé que con esto podríamos sostenernos nosotros: haciendo reposiciones, decoraciones de algunas piececitas que le hacen falta a los visitantes, piezas que se les han quebrado, dañado o en fin. Me di cuenta que eso era mentira, uno lo piensa y cuando está vendiendo… la gente empieza a pedir y pedir más cosas, ‘yo quiero el aguamanil, yo quiero un servilletero’; el negocio se crece y uno ni se da cuenta”.
El proceso para adaptar la “casita” a las necesidades básicas de aquel entonces se demoró alrededor de doce meses. Sin embargo, Nelson empezó a visionar el negocio y quiso ampliar las instalaciones (construyó un segundo piso y luego un tercero), quiso contar con un mayor número de trabajadores (actualmente genera treinta y un empleos) y mostrarse como una empresa de cerámica carmelitana con productos de excelente calidad. Entonces recurrió a créditos, préstamos familiares y tocó las puertas de grandes locerías colombianas para acceder a pasta y esmalte óptimo y a buenos precios.
En todo este proceso, un empujón temprano para la empresa naciente fue el pedido que les hicieron para fabricar unos complementos de la vajilla Gourmet, donde Corona hacía las vajillas y Renacer algunos juegos para mesa y demás.
Con el avance del negocio, los pedidos en incremento y la credibilidad que estaba logrando este gestor de la cerámica, mejoraron las condiciones laborales de sus empleados, la empresa y el espacio físico como tal. De nuevo, la tradición ceramista se impulsa con fuerza al mismo tiempo que se renueva y se habla de una identidad en El Carmen de Viboral.
Durante los últimos años en Renacer se ha hecho una apuesta por la innovación. Es así como actualmente Hortensia, Enredadera, Solitaria, Florelba tupida roja y Anturios hacen parte del catálogo de pintas que se trazan sobre las piezas en bizcocho. Además, se cuenta con nuevos productos cerámicos que incluyen botellas de agua, gallina para guardar los huevos, condimenteros, regaderas, entre otros.
Renacer se ha mantenido por la insistencia de su fundador, por la necedad de un ceramista que creyó ver más en este oficio, que no se dejó amedrentar por el constante cierre de fábricas y talleres familiares, ni por la idea generalizada de una tradición en decadencia. Su familia no tuvo más remedio que apoyar e impulsar esta convicción, esas ganas de permanecer en una historia que lo unía al barro, a la decoración de vajillas, al oficio que vivió y le ensenó su padre.

Producción y redacción: Marisol Gómez Castaño
Artículo para: www.ceramicasrenacer.com 

domingo, 12 de mayo de 2013

Mujeres carmelitanas de esponja y pincel



Retrospectiva
La mujer reivindica su papel dentro de la sociedad carmelitana, es madre y esposa conservadora en la mayoría de casos, pero  ̶ desde mediados del siglo pasado ̶  empieza a asumir un rol de mujer trabajadora en un oficio que cobra fuerza y que se impone localmente: se acerca al barro, a la producción cerámica.
Ellas empiezan, entonces, a involucrarse en la fábrica, en cualquiera de los procesos por los que pasa una pieza cerámica antes de estar puesta a la mesa en los encuentros familiares y sociales. Por temporadas las obreras y obreros eran asignados y reasignados en labores de moldeo, tornos, colado, lavado, pulida o empaque de loza. El papel de la mujer en este oficio no era indispensable ni admirable (como en la actualidad), pero fue la manera que varias de ellas encontraron de oponerse a un destino preestablecido que las hubiese obligado a permanecer dentro de la casa; en otros casos, era la posibilidad de mejorar las condiciones económicas del hogar y en el caso de las mujeres viudas era la manera de sacar adelante a sus hijos sin desgastarse al sol y al agua en el trabajo del campo.
Esa fue la puerta de entrada de algunas mujeres  ̶ por lo menos de manera más significativa y numerosa para la época ̶  a la historia de la cerámica: un oficio que cobraba tanta fuerza las necesitaba a ellas, además de las condiciones económicas y sociales cambiantes que las llevaba cada vez, y con más fuerza, por fuera de los predios familiares.
Para algunas mujeres, las técnicas de producción cerámica eran medianamente conocidas, los pequeños talleres familiares que se fueron creando les mostraron el oficio y, algunas mujeres, tuvieron la posibilidad de colaborar en talleres cercanos a sus casas, propiedades del abuelo, el tío o el mismo padre.
Sin embargo, el papel fundamental de la mujer en la historia de la cerámica vendría después, éste va ligado a la decoración a mano de las vajillas producidas en El Carmen, que es lo que hoy en día le da el valor más significativo a este oficio porque es “quien pone la cara por todo el proceso”.

Algunas mujeres: de obreras a decoradoras
“A comienzos de los años 60`s, la ya desaparecida cerámicas La Continental busca generar importancia en la imagen decorada a mano, antes de ello El Carmen había dado pequeños pasos en un universo que no conocía bien. Entonces, don Alfonso Betancur (Gerente de La Continental) comienza una etapa de cambios que tocan los procesos productivos, haciendo énfasis en la decoración. No tenemos certeza de cómo fue su contratación, pero así se hizo: llegaron desde el sur un grupo de seis decoradores que traían consigo ideas que aquí cobraron fuerza, y en un proceso de búsqueda en lo cotidiano nacieron las decoraciones fundamentales de lo que hoy conocemos como la iconografía carmelitana.”, afirma el artista y ceramista José Ignacio Vélez.
A partir de ese momento, inicia un proceso de innovación y creación en el Salón de decoración de esta gran fábrica de cerámica, donde se fijaron algunas de las “pintas” que hoy hacen parte de la tradición carmelitana pero que, en ese entonces, no se nombraban como ahora, es decir, se llamaban de acuerdo al número que ocupasen en el catálogo de decoración que se iba consolidando.
Sin embargo, este salón fue cerrado a causa de una huelga que emprendieron los trabajadores que habían llegado desde el sur, y se dio el espacio para que algunas de las mujeres trabajadoras de esta fábrica (en diferentes procesos) practicaran la decoración algunos minutos al día, puesto que se les consideraba más sumisas, temerosas y vinculadas a su trabajo con afecto.Empezábamos ensayando de una vez en el bizcocho, siempre va a ser más fácil aprender en el plato que en el papel”.* Después de esa exploración, se potenció un vínculo que hoy permanece entre la mujer y la decoración de cerámica: el salón se reabrió con varias de estas mujeres, generalizando la práctica como actividad femenina y posibilitando el hecho de que muchas de sus hijas crecieran viendo como atractivo el embellecimiento del barro.
A estas mujeres, y a quienes aprendieron la técnica posteriormente, las llaman “decoradoras tradicionales” porque tienen en la cabeza todas las decoraciones que surgieron a partir de la época dorada de la cerámica, porque han realizado sus propias decoraciones inspiradas en las primeras existentes y por la manera en que hacen uso de pinceles y esponjas como si fuesen parte de sus propias manos, es decir, por la fusión que existe entre sus conocimientos, sus nuevas ideas y el dominio de los instrumentos que les permiten dar vida y color a las piezas en bizcocho.
Con lo atractiva que se fue haciendo la decoración en la cerámica carmelitana se crea, inicialmente en La Continental, la necesidad de nombrar las “pintas”, es decir, ya no se llamarían de acuerdo al número ocupado en el catálogo de decoraciones, si no que se les daría un nombre particular, como quien da vida a lo que crea para que pueda sostenerse y ganar credibilidad en el tiempo. En palabras de José Ignacio Vélez “algunas de las decoraciones tradicionales se cree que fueron nombradas por Alfonso Betancur (gerente de La Continental) y Olga Ligia Betancur (su hija), como una necesidad urgente (entre otras cosas) de expresarse como otros mercados”.
La pinta “Florelba”, por su parte, era la número 11 de este catálogo, decoración que había sido reinterpretada por la decoradora Flor Elba Vargas y que, en la necesidad posterior de darle vida a esos trazos definidos que conformaban cada diseño, pasó a heredar el nombre de esta mujer.
En todo este proceso de decorar y nombrar, hasta la actualidad, algunas de las pintas heredaron los nombres de otras decoradoras como “Carmelina”, otros nombres se consolidaron por situaciones particulares de la época como la decoración “Saúl” (que se nombra así por un programa televisivo llamado “Saúl en la olla”) y otras que se expresan desde la palabra y desde el diseño mismo como una necesidad de evocar lo local, como el caso de las decoraciones “Carmen”, "Viboral” y “Maíz”.
Finalmente, este oficio es el resultado de una exploración ligada a figuras naturales que involucran flores, hojas, enredaderas, frutos... (Exploración que permanece y que consolida nuevos diseños, nuevos nombres y nuevas decoradoras que hacen parte de la historia local).
El oficio es resultado, además, de la sensibilidad de las mujeres que para la época lograron llevar estas ideas a los platos y continuarlas con el paso y el desgaste de los años. Muchas de las “pintas tradicionales” se han ido transformando sutilmente con el paso del tiempo, con el envejecimiento de estas mismas mujeres: transformaciones que poco a poco involucran las formas, los colores y los tamaños de la mano de cada decoradora y su recuerdo particular de cómo fue en el principio.

*Testimonio de una decoradora. En: Informe de práctica (2012). Elaborado por: María Victoria Portela M.
Fotografía mujer decoradora, tomada por Maria Victoria Portela M.

Artículo publicado el 12 de mayo de 2013 en Opinión a la Plaza: http://opinionalaplaza.com/index.php?option=com_content&view=article&id=124Itemid=181

Artículo publicado el 1 de junio del 2013 en Alternativa Regional: http://alternativaregional.com/mujeres-carmelitanas-de-esponja-y-pincel

Artículo publicado el 5 de junio del 2013 en Inforiente Antioquia: http://inforiente.info/ediciones/2013/mayo-2013/2013-05-20/30450-mujeres-carmelitanas-de-esponja-y-pincel.html

jueves, 9 de mayo de 2013

Un pueblo blanco que otros llamaron ciudad


El extenso paisaje sonsoneño fue, por muchos años, la ruta de colonización hacia el sur del pais, era sitio obligado para llevar la mercancía de la región a otros departamentos colombianos. No en vano se habla de la tradición arriera que heredaron los hijos, nietos y bisnietos de los hombres de finales del siglo XIX que transportaban cerámica, productos agrícolas, comestibles y herramientas de uso cotidiano. Existe allí, además, una historia herrera que no solo cobija las herraduras y monturas de los caballos para hacerlos adecuados medios de transporte, hoy se lleva a objetos de decoración como quijotes y sanchos, recreación de oficios de ciudad y una que otra veladora o candelabro.
Presentamos, en este espacio, algunas imágenes de un pueblo detenido en el tiempo, de un municipio que alberga fachadas de otros días y que se presenta ante los viajeros con una arquitectura prolongada que enaltece su valor patrimonial. Esta acogedora localidad está ubicada en la zona páramo, sin embargo, su condición montañosa recrea los climas más insospechados a pocos minutos de lejanía con el centro poblado.



Ubicado en la plaza principal del municipio de Sonsón, se encuentra lo que fue considerado el “Balcón más lindo de Antioquia” durante la década de los 80`s. Una extensa construcción colonial que actualmente alberga parte de la dinámica cultural de la localidad con los sonidos de la Escuela de Música.



El terremoto del 30 de junio de 1962, derribó parte de la antigua catedral de este municipio construida en piedra o granito sacado de las canteras de Roblalito, una majestuosa obra arquitectónica que fue considerada la segunda mejor iglesia en América Latina a principios del siglo XX. Cuando esta edificación cayó, se construyó una moderna parroquia que es quien hoy da la cara por un municipio fuertemente católico.



La Casa de los Abuelos alberga restos de la tradicional cultura antioqueña con historias sobre el “hueso gustador”, el “pilón del maíz” y el “escupidero” al lado de la cama. Esta casa museo reúne, además, las herramientas de producción y algunos ejemplares de lo que fue el primer periódico de provincia en todo el país: La Acción, fundado en 1918 por la Sociedad de Mejoras Públicas del municipio. El periódico, hasta el año 2008, se producía de manera artesanal en un taller destinado para el trabajo de las hermanas Cárdenas en la Casa de los Abuelos. Lucrecia y Bertha eran las encargadas del proceso manual con el que colocaban “letra por letra” en un juego de fichas móviles que permitía armar las oraciones, párrafos y, finalmente, las páginas completas de cada nueva edición. El periódico aún circula dentro y fuera del municipio, sin embargo, su proceso se ha tecnificado para la facilidad de las generaciones que han heredado su producción y conservación.



Finalmente, presentamos una imagen del páramo de Sonsón, visto desde el monumento de “Cristo Rey”, desde donde pueden verse las construcciones lejanas de la zona urbana de este municipio y, por otro lado, las extensas filas montañosas que alojan la ruralidad escondida dentro de este bosque de niebla.
Esa nubosidad alcanza (en algunos días de frío extremo) la urbe de Sonsón, cobijando las edificaciones, los árboles, los vehículos y los mismos transeúntes. En esos días de frío extremo, Sonsón da la apariencia de pueblo blanco.

Artículo publicado durante el mes de abril de 2013 en Opinión a la Plaza: http://www.opinionalaplaza.com/index.php?option=com_content&view=article&id=114&Itemid=183

Después de la Algarabía (opinión)


Puede ser un asunto de época el evidente desequilibrio emocional, es decir, el resultado de lo que genera un tiempo que por tradición se dedica a compartir con las personas queridas, pero que no necesariamente se cumple al pie de la costumbre. Es, y también es válido, un tiempo para vivir, compartir, conocer y aburrirse. Tiempo libre, al fin y al cabo.
Lo que queda después de estos días, y no lo digo por mí ni por mis cercanos solamente, sino por el montón de rostros que adivino a partir de la “intuición”… lo que queda, lo que veo, es una multitud de tristes, desencantados, inútiles e inmóviles, días en vano, depresión pos alcohol, billeteras débiles y espíritus frágiles (al menos se cumple con alguno de estos síntomas). Algunos, valientes, seguramente fijan sus esperanzas en el año que empieza, esperanzas que no serán de gran ayuda cuando el “año nuevo” esté acabando.
Para los tristes (o las tristes exactamente), para quienes quedan con el ánimo embolatado después de estos días, es que escribo este artículo. Las demás, bien pueden dejar de leer estas líneas, o leerlas y pensar que no es un asunto de ellas, que no les compete, incluso que no es la realidad: sí, puede ser una estupidez y en fin.
Confieso mi lamento por robarme un espacio como este hablando de “banalidades”, pero no quiero escribir sobre cualquier asunto actual menos pasajero; esto es lo que sucede a mi alrededor por estos días y mal haría en hablar de otras cosas. Además, aprovecho que me fue dada una total libertad para escribir, y que mencionando a este personaje -Héctor Abad Faciolince-, puedo causar un dolor de cabeza y herir la búsqueda e intelectualidad de un par de amigos que no lo aprecian nada… Bueno, debo decirlo, yo lo aprecio bastante.
Y para volver a esa situación debilitante, que puede o no ser producto de los días que siguen a la fiesta y la algarabía, al mismo tiempo que intento unirlo a la escritura de una casi mujer (Faciolince) desde la experiencia y el conocimiento que tiene de nosotras, aunque a veces se equivoque, mencionaré que recomiendo para las agotadas de espíritu el libro “Tratado de culinaria para mujeres tristes”, (los hombres ya debieron haber huido de aquí algunos párrafos antes).
Quizás no sea la escritura que recomendaría a las mujeres que tienen la razón tan “avanzada” que han dejado de lado el sentir –déjenme dudarlo-, pero celebro la manera jocosa en que estas líneas nos acercan a la tragedia femenina de todos los días, esta escritura nos infunde un ritual absurdo que no logra apaciguarnos ante el dolor, la culpa, la espera, la infidelidad, los días de ciclo lunar…
Simplemente, y para mí es suficiente, es una burla respetuosa frente a la desdicha. Está bien, no diré que es respetuosa, pero por lo menos acude a un humor negro que disfruto porque me lleva a la risa, a una risa inteligentemente absurda (a mi modo de ver).
Por si alguien tiene dudas, debo aclarar que no es ese tipo de escritura que a “muchos” salva o ayuda. Claro que no, de ser así, quizás lo hubiera descartado con solo saber ese macabro propósito. Se trata de literatura, sin pretenderme experta en el asunto, porque cumple los requisitos que le exijo a una obra literaria y finalmente, a cualquier obra de arte: que tengan la capacidad de involucrarme en lo que se narra, que me permitan identificarme con algún personaje, alguna acción o algunas líneas bien logradas y que, sin solucionarme la vida, me permita ahondar en lo que pasa y lleguen cuestionamientos vagamente inducidos. A una obra literaria, a esta para no salirme del plano elegido, le tengo respeto y aprecio por permitirme pasar las páginas al tiempo que pasaba apartes de vida (recuerdos, instantes y deseos de futuro) de muchas mujeres en diferentes momentos de sus vidas. El libro, como tal, tiene mi aprecio por ponerme trabas desde un lenguaje juguetón y por hacerme sonreír con lo casi ridículo de un “ritual” que se dicta a modo de receta culinaria (para que los hombres “machos” se terminen de excluir de su lectura, de una buena vez).

Artículo publicado el 3 de enero de 2013 en el blog de Opinión a la Plaza: http://opinionalaplaza.blogspot.com/2013/01/despues-de-la-algarabia.html

jueves, 30 de agosto de 2012

Decoración del barro


La decoración de vajillas del Carmen de Viboral se convirtió en un oficio de exclusividad femenina, gracias a las múltiples mujeres que aprendieron a trazar dibujos sobre piezas en bizcocho en algún viejo taller de cerámica. Ellas sobresalieron en este oficio, se convirtieron en una parte fundamental de la historia de la cerámica y muchas de ellas continúan decorando.
Creadas las fábricas y talleres de antaño, se introdujo la decoración del bizcocho para hacer productos, además de útiles, atractivos. La intención era contar con objetos estéticos para el uso cotidiano.
Las técnicas de decoración fueron variadas, iniciando con el uso del pincel y las esponjas marinas. En otras épocas se utilizaron moldes de cartón y cartulina para hacer las flores de manera medida: proceso de decoración en serie. Otras empresas utilizaron calcomanías que fijaron al producto en bizcocho. Sin embargo, se retornó a la decoración manual y las artesanas experimentadas tuvieron libertad sobre la pieza de barro.
Las decoradoras pintaron figuras naturales que inspiraron las pintas tradicionales, actualmente trazadas en platos, tazas, pocillos y demás utensilios. También se habla de decoración con motivos indígenas y tropicales por los años 30´s, a cargo del señor Pepe Mejía, como una manera de retratar elementos propios del entorno.
Cuando la empresa de cerámica La Continental quiso desechar el uso de calcomanías, se abrió un salón de decoración “manejado por unos siete hombres”, según cuenta Consuelo Arias, decoradora de profesión. Sin embargo, el salón fue cerrado a causa de una huelga que emprendieron estos personajes, época en la cual se permitió que varias mujeres de la fábrica practicaran la decoración algunos minutos del día y, posteriormente, el salón se reabrió con varias de estas mujeres, generalizando la decoración como actividad femenina.
Anteriormente estas pintas no tenían nombres, solamente se determinaban de acuerdo al número que reposara en sus catálogos de decoración. Florelba, la pinta azul cobalto, era la  número 011 en el catálogo de La Continental. De ésta se dice que fue una muestra que trajo algún comerciante al municipio y se reelaboró a manos de la decoradora Flor Elba Vargas, hasta convertirse en lo que es ahora: “capullos de agujitas puntiagudas”, en palabras de Consuelo Arias.
La lista de decorados básica, en aquel entonces, incluía también las pintas Primavera y Saúl (012). Guillermo Rendón, quien llegó como jefe de ventas a La Continental, fue quien inició el primer almacén de artesanías y puso nombres a éstas y otras pintas, que se convirtieron en las tradicionales.
Doña Consuelo, quien actualmente decora en Artesanías AZ, fue quien diseñó las pintas Aguamarina, Floral, Dalia, Camelia y Lucía, a esta última pinta, que mezcla el azul turquesa y el naranja, la llamó por el nombre de su madre. Para Consuelo “una pinta fea es la que se ve como triste”, por eso ella va componiendo sobre la marcha, agregando color con sus pinceles y, en el mismo plato, va dando formas cuando de crear nuevas pintas se trata.
Los diseños que van surgiendo hacen parte de un proceso de experimentación: combinación de colores, formas e imaginación. Muchas de estas piezas de barro, con sus trazos y colores exclusivos, se han hecho objetos hermosos e inimitables.
Así como Consuelo, muchas otras decoradoras, en diferentes talleres o fábricas, recogen las piezas luego de la primera quema en el horno, las desempolvan, hacen la prueba del timbre, las clasifican y pasan a decorarlas con sus propias manos, haciendo uso de pinceles, esponjas y alguno de los colores que disolvieron en agua.

Producción y redacción: Marisol Gómez Castaño