jueves, 9 de mayo de 2013

Un pueblo blanco que otros llamaron ciudad


El extenso paisaje sonsoneño fue, por muchos años, la ruta de colonización hacia el sur del pais, era sitio obligado para llevar la mercancía de la región a otros departamentos colombianos. No en vano se habla de la tradición arriera que heredaron los hijos, nietos y bisnietos de los hombres de finales del siglo XIX que transportaban cerámica, productos agrícolas, comestibles y herramientas de uso cotidiano. Existe allí, además, una historia herrera que no solo cobija las herraduras y monturas de los caballos para hacerlos adecuados medios de transporte, hoy se lleva a objetos de decoración como quijotes y sanchos, recreación de oficios de ciudad y una que otra veladora o candelabro.
Presentamos, en este espacio, algunas imágenes de un pueblo detenido en el tiempo, de un municipio que alberga fachadas de otros días y que se presenta ante los viajeros con una arquitectura prolongada que enaltece su valor patrimonial. Esta acogedora localidad está ubicada en la zona páramo, sin embargo, su condición montañosa recrea los climas más insospechados a pocos minutos de lejanía con el centro poblado.



Ubicado en la plaza principal del municipio de Sonsón, se encuentra lo que fue considerado el “Balcón más lindo de Antioquia” durante la década de los 80`s. Una extensa construcción colonial que actualmente alberga parte de la dinámica cultural de la localidad con los sonidos de la Escuela de Música.



El terremoto del 30 de junio de 1962, derribó parte de la antigua catedral de este municipio construida en piedra o granito sacado de las canteras de Roblalito, una majestuosa obra arquitectónica que fue considerada la segunda mejor iglesia en América Latina a principios del siglo XX. Cuando esta edificación cayó, se construyó una moderna parroquia que es quien hoy da la cara por un municipio fuertemente católico.



La Casa de los Abuelos alberga restos de la tradicional cultura antioqueña con historias sobre el “hueso gustador”, el “pilón del maíz” y el “escupidero” al lado de la cama. Esta casa museo reúne, además, las herramientas de producción y algunos ejemplares de lo que fue el primer periódico de provincia en todo el país: La Acción, fundado en 1918 por la Sociedad de Mejoras Públicas del municipio. El periódico, hasta el año 2008, se producía de manera artesanal en un taller destinado para el trabajo de las hermanas Cárdenas en la Casa de los Abuelos. Lucrecia y Bertha eran las encargadas del proceso manual con el que colocaban “letra por letra” en un juego de fichas móviles que permitía armar las oraciones, párrafos y, finalmente, las páginas completas de cada nueva edición. El periódico aún circula dentro y fuera del municipio, sin embargo, su proceso se ha tecnificado para la facilidad de las generaciones que han heredado su producción y conservación.



Finalmente, presentamos una imagen del páramo de Sonsón, visto desde el monumento de “Cristo Rey”, desde donde pueden verse las construcciones lejanas de la zona urbana de este municipio y, por otro lado, las extensas filas montañosas que alojan la ruralidad escondida dentro de este bosque de niebla.
Esa nubosidad alcanza (en algunos días de frío extremo) la urbe de Sonsón, cobijando las edificaciones, los árboles, los vehículos y los mismos transeúntes. En esos días de frío extremo, Sonsón da la apariencia de pueblo blanco.

Artículo publicado durante el mes de abril de 2013 en Opinión a la Plaza: http://www.opinionalaplaza.com/index.php?option=com_content&view=article&id=114&Itemid=183

Después de la Algarabía (opinión)


Puede ser un asunto de época el evidente desequilibrio emocional, es decir, el resultado de lo que genera un tiempo que por tradición se dedica a compartir con las personas queridas, pero que no necesariamente se cumple al pie de la costumbre. Es, y también es válido, un tiempo para vivir, compartir, conocer y aburrirse. Tiempo libre, al fin y al cabo.
Lo que queda después de estos días, y no lo digo por mí ni por mis cercanos solamente, sino por el montón de rostros que adivino a partir de la “intuición”… lo que queda, lo que veo, es una multitud de tristes, desencantados, inútiles e inmóviles, días en vano, depresión pos alcohol, billeteras débiles y espíritus frágiles (al menos se cumple con alguno de estos síntomas). Algunos, valientes, seguramente fijan sus esperanzas en el año que empieza, esperanzas que no serán de gran ayuda cuando el “año nuevo” esté acabando.
Para los tristes (o las tristes exactamente), para quienes quedan con el ánimo embolatado después de estos días, es que escribo este artículo. Las demás, bien pueden dejar de leer estas líneas, o leerlas y pensar que no es un asunto de ellas, que no les compete, incluso que no es la realidad: sí, puede ser una estupidez y en fin.
Confieso mi lamento por robarme un espacio como este hablando de “banalidades”, pero no quiero escribir sobre cualquier asunto actual menos pasajero; esto es lo que sucede a mi alrededor por estos días y mal haría en hablar de otras cosas. Además, aprovecho que me fue dada una total libertad para escribir, y que mencionando a este personaje -Héctor Abad Faciolince-, puedo causar un dolor de cabeza y herir la búsqueda e intelectualidad de un par de amigos que no lo aprecian nada… Bueno, debo decirlo, yo lo aprecio bastante.
Y para volver a esa situación debilitante, que puede o no ser producto de los días que siguen a la fiesta y la algarabía, al mismo tiempo que intento unirlo a la escritura de una casi mujer (Faciolince) desde la experiencia y el conocimiento que tiene de nosotras, aunque a veces se equivoque, mencionaré que recomiendo para las agotadas de espíritu el libro “Tratado de culinaria para mujeres tristes”, (los hombres ya debieron haber huido de aquí algunos párrafos antes).
Quizás no sea la escritura que recomendaría a las mujeres que tienen la razón tan “avanzada” que han dejado de lado el sentir –déjenme dudarlo-, pero celebro la manera jocosa en que estas líneas nos acercan a la tragedia femenina de todos los días, esta escritura nos infunde un ritual absurdo que no logra apaciguarnos ante el dolor, la culpa, la espera, la infidelidad, los días de ciclo lunar…
Simplemente, y para mí es suficiente, es una burla respetuosa frente a la desdicha. Está bien, no diré que es respetuosa, pero por lo menos acude a un humor negro que disfruto porque me lleva a la risa, a una risa inteligentemente absurda (a mi modo de ver).
Por si alguien tiene dudas, debo aclarar que no es ese tipo de escritura que a “muchos” salva o ayuda. Claro que no, de ser así, quizás lo hubiera descartado con solo saber ese macabro propósito. Se trata de literatura, sin pretenderme experta en el asunto, porque cumple los requisitos que le exijo a una obra literaria y finalmente, a cualquier obra de arte: que tengan la capacidad de involucrarme en lo que se narra, que me permitan identificarme con algún personaje, alguna acción o algunas líneas bien logradas y que, sin solucionarme la vida, me permita ahondar en lo que pasa y lleguen cuestionamientos vagamente inducidos. A una obra literaria, a esta para no salirme del plano elegido, le tengo respeto y aprecio por permitirme pasar las páginas al tiempo que pasaba apartes de vida (recuerdos, instantes y deseos de futuro) de muchas mujeres en diferentes momentos de sus vidas. El libro, como tal, tiene mi aprecio por ponerme trabas desde un lenguaje juguetón y por hacerme sonreír con lo casi ridículo de un “ritual” que se dicta a modo de receta culinaria (para que los hombres “machos” se terminen de excluir de su lectura, de una buena vez).

Artículo publicado el 3 de enero de 2013 en el blog de Opinión a la Plaza: http://opinionalaplaza.blogspot.com/2013/01/despues-de-la-algarabia.html