Durante 123 años de tradición musical la Banda Municipal de El Carmen de Viboral ha acompañado las festividades religiosas, cívicas y populares de este pueblo.
Por Lizeth Daniela Ramírez, Laura Beatriz Zuluaga y Marisol Gómez C.
El forjador de una tradición centenaria
Eran finales del siglo XIX,
cuando once músicos de El Carmen de Viboral se desplazaban a lomo de mula por
caminos adornados de piedra, fango y charcos para ofrecer una retreta a los
campesinos del municipio o animar las fiestas patronales de otros pueblos antioqueños.
Mientras caminaban a pie,
bajo un sol despiadado, los artistas que también laboraban como agricultores,
zapateros y carpinteros, recostaban sobre su espalda trombones, cornos, tubas y
bombos que un par de décadas antes habían entrado al país por los puertos de
Barranquilla y Buenaventura, provenientes desde Europa.
Así fueron las primeras
retretas de la Banda Municipal de El Carmen de Viboral, fundada en 1887 por
Bernardo Giraldo Aristizábal, un ‘talentoso y riguroso’ joven músico
carmelitano que logró conformar otras agrupaciones musicales en los municipios
de El Retiro, Montebello, Sonsón, Santa Bárbara y Valparaíso.
Bernardo Giraldo Serna,
nieto de este músico, y quien años más tarde heredaría este legado musical,
recuerda que cada viernes llegaban a la casa de su abuelo un grupo de jóvenes
de otros municipios, para que éste les enseñara a leer la partituras saturadas
de compases y figuras musicales. “Al día siguiente, los muchachos le pagaban
las clases a mi abuelo trabajándole en la finca”, comenta el artista.
A las estrictas clases
también asistían los hijos del creador de la agrupación: José, Francisco, Pedro
y Cesario Giraldo Londoño, y dos de sus nietos Luis y Jesús Giraldo; siendo
estos los primeros herederos de esta tradición que todavía hoy marca a los
descendientes de varias generaciones de la familia Giraldo.
Poco a poco, y bajo una
rigurosa y estricta enseñanza, los
jóvenes aprendieron a interpretar marchas y guabinas en los conciertos en honor
a los políticos del departamento que visitaban el pueblo. En esas ocasiones los
ensayos eran más largos y exigentes, al menos así lo manifestó Luis Enrique
Giraldo, nieto del fundador, para El
Carmen de Viboral: Revista apolítica de interés cultural y cívico, una
extinta revista del municipio: “Él era muy bravo porque necesitaba prepararnos
muy bien (…) A mí una vez me quitó los palos del redoblante porque llevaba un
compas deficiente”.
Sin embargo, poco
importaban los regaños del director o los insuficientes 5 pesos que en ese
entonces ganaban los músicos por cada presentación, de acuerdo a los datos
recolectados en El Inventario Musical del
Oriente Antioqueño, publicado en 1991 por la Dirección de Extensión
Cultural del departamento. Según esta publicación, para estos artistas del
pueblo lo más importante era la satisfacción de pasear haciendo música,
llevando alegría a los públicos y territorios a los que llegaban; algunos de
ellos, lugares tan recónditos “que los niños no conocían más música que las
canciones de cuna que les cantaba su mamá”.
Por más de 40 años duraría
esta pasión artística bajo la dirección de Bernardo Giraldo Aristizábal, una
naciente tradición que marcaría la vida de muchos niños, jóvenes y adultos
carmelitanos.
Hoy poco se conoce de este
artista, el músico fundador de esta banda fiestera, y de los artistas que
siguieron su batuta. En la actualidad, de él sólo quedan unas cuantas
partituras deterioradas cuyas figuras y pentagramas ya no son legibles. También
un antiguo retrato suyo ubicado en un salón de música del Instituto de Cultura
de El Carmen de Viboral. Desde este cuadro, el músico extinto sujeta
eternamente un corno francés, mientras se convierte en testigo del momento en
el que por primera vez, un grupo de niños interpretan el do –re- mi- fa- sol,
en un instrumento musical.
Una
tradición musical familiar
Hacia 1931 las avenidas
pequeñas y destapadas del municipio eran invadidas por una gran cantidad de
curiosos que participaban de los actos religiosos, viendo pasar las procesiones
en las que varios fieles cargaban sobre sus hombros hermosas esculturas de
vírgenes y Jesucristos.
Los pasos de aquellos
fieles, del cura, de los monaguillos y las señoras más creyentes del pueblo, se
acompañaban con las marchas y pasodobles sincopados de la Banda Municipal de El
Carmen de Viboral.
Así fueron y todavía siguen
siendo, muchas de las retretas de una banda conformada originalmente por varias
generaciones de las familias Giraldo, Alzate y Betancur.
De hecho para aquella época
la Banda era dirigida por José Giraldo, hijo de Bernardo Giraldo Aristizábal,
quien había fallecido recientemente. ‘José Merejo’, como recuerdan algunos
carmelitanos a este artista, inculcó a sus hijos el amor por los pentagramas,
las retretas y los públicos.
Al menos Bernardo Giraldo,
uno de ellos, recuerda que antes de que pudiera tocar cualquier instrumento
musical, y a la edad de siete años, ya tenía funciones muy importantes en el
grupo: “Ser el atril y el papelero de los músicos mayores”.
En
casa este niño ensayaba durante horas las posiciones de los dedos en la tuba,
el barítono y la trompeta, con el fin de aprender a tocar los instrumentos que
hicieran falta en las presentaciones del grupo. “Cuando ensayaba, mi mamá sólo
me aguantaba una hora”, comenta el músico veterano.
Educado
musicalmente por el maestro Sixto Arango Gallo, un referente artístico muy
importante de El Carmen de Viboral, Bernardo Giraldo Serna, adquirió un
interesante nivel musical que agrupaciones de otros pueblos, e incluso
departamentos, solicitaban ocasionalmente para reforzarse. Este artista recuerda que constantemente su papá lo enviaba
a Granada, Pantanillo, vereda de El Santuario; El Jordán, San Rafael y Rionegro
“a tocar la música buena... la de ahora tiempos”.
Las dos bandas del pueblo
Aquellos fueron tiempos muy
buenos que contrastaron con los días de violencia que, en 1938, invadieron las
calles de El Carmen de Viboral. Una muchedumbre enardecida reclamaba frente a
la Iglesia del pueblo que devolvieran a su trono a la virgen “Quiteña” (llamada
así por haber sido traída desde Ecuador), la imagen que durante un siglo había
sido la patrona milagrosa de los carmelitanos, y que habían sustituido por una
imagen “más juvenil, más moderna y más atrevida”, según El carmelitano antiguo diario del municipio.
Al tiempo que Colombia
vivía la lucha entre liberales y conservadores, los carmelitanos se dividían
entre “Quiteños”, quienes reclamaban a la antigua imagen, y “Nuevistas” sector de la población que
aceptaba la figura de la nueva patrona.
La división fue tal que
permitió la creación de dos Concejos municipales, dos personeros… y dos bandas
de música en El Carmen de Viboral.
Mario Loaiza, pianista del
municipio que recientemente realizó una investigación sobre la vida del músico
Sixto Arango Gallo, describe que “una parte de la agrupación, cuyos miembros
eran señores mayores y fieles seguidores de las normas religiosas, apoyaron la decisión de cambio de imagen y se quedaron
bajo la dirección de la Parroquia”.
Su director fue Sixto
Arango, quien además de ser el corista de la Iglesia, era el arreglista y
compositor de melodías tristes y melancólicas como “Divino Agonizante” y
“Corona de Espinas”, dos de las 45 marchas fúnebres que en la actualidad aún
interpreta la Banda durante la época de Semana Santa.
La otra parte de la
agrupación, según Mario Loaiza, fue dirigida por el clarinetista Baldomero
Betancur que, poco tiempo antes, había asumido la batuta de la agrupación. Este
conjunto fue respaldo por la Administración Municipal que les otorgó apoyo
económico y logístico.
No obstante, otras
publicaciones como El Inventario Musical
del Oriente Antioqueño, relatan que fue este músico quien se acogió a la
parroquia y que incluso recibió dinero para consolidar la agrupación. Héctor
Betancur, hijo del clarinetista, apoya esta afirmación comentando que, aunque
su padre estaba inconforme por el cambio de la imagen, no quiso irse en contra
de los sacerdotes, por lo que Iglesia gestionó con la empresa de loza
“Cerámicas Unidas”, 1.000 pesos para financiar el grupo musical que dirigía.
“Con este dinero mi papá compró instrumentos para formar una banda, la formó en
un año y ésta era la banda más buscada”.
Sin embargo, poco tiempo
después ambas agrupaciones vuelven a unirse. Los músicos de la Banda Parroquial
se adhieren al grupo dirigido por Baldomero Betancur, agrupación conocida
también como la Banda Nueva o la Municipal.
Desde
entonces las fiestas patronales volvieron a ser las celebraciones más
representativas del pueblo. La Banda Municipal, la de “los chupacobres” o “de
los viejitos” como se les llama popularmente, de nuevo animó con porros,
cumbias, gaitas y otro tipo de repertorio, los coloridos juegos de pólvora que
cada 16 de Julio se hacen en honor de la Virgen de El Carmen.
Bandas Hermanas
Así
transcurrirían al menos veinte años más de retretas en el atrio de la
Plaza, hasta que en 1952 Sixto Arango
Gallo, el corista y pianista de la parroquia,
asume por corto tiempo la coordinación de la Banda, agrupación que en
ese entonces estaba integrada por Baldomero Betancur en el clarinete, su hijo
Héctor en la percusión, José J. Ramírez (Cachumbo) en el clarinete, el saxofón
y los arreglos; y el trompetista Bernardo Giraldo Serna, nieto del fundador de
la Banda del pueblo.
En
este tiempo se firma un reglamento que sancionaba con 50 centavos a los músicos
que no asistieran a los ensayos o faltaran a las “tocatas” como los músicos de
la época hacían alusión a los conciertos.
Cuatro
años más tarde Don Baldomero vuelve a asumir la dirección. En aquellos tiempos
la plaza de El Carmen de Viboral lograba convertirse en el escenario de una
batalla musical que acompañaba los imponentes juegos de pólvora en honor a la patrona del municipio.
El
compositor y arreglista Alfredo Mejía, en ese entonces bajista de la Banda de
El Retiro, participó de estos mano a mano. Recuerda que en una de las esquinas
del parque se ubicaba la Banda del Retiro interpretando Tardes de Abril, un bambuco rápido y complejo
del maestro Luciano Bravo, en el que los bajos marcan una melodía larga, pesada
y rimbombante que contrasta con los cantos dulces de los clarinetes, flautas y
trompetas. Los instrumentos gradualmente van subiendo la intensidad de su
música hasta llenar el aire del parque de ecos musicales.
Al entonar el corte, los
músicos carmelitanos ubicados junto a la Iglesia en otro punto de la plaza, no
daban espacio para el silencio y empezaban a interpretar “El Gallito” un
pasodoble que por lo general incitaba a los carmelitanos a bailar, a tararear
la melodía a voces bajas o simplemente llevar el pulso con los pies.
La animada competencia
“hacía mover al público de un extremo al otro de parque”, comenta Alfredo
Mejía. Era un juego que se repetía y se alternaba cuantas veces el público
aplaudiera o pidiera “una canción más”.
Con
el mismo gusto por tocar y hacer bailar a las
jovencitas carmelitanas que se acercaban al grupo, en 1971 Héctor
Betancur (hijo de don Baldomero) se convierte en el líder de la Banda.
Desde
entonces, la agrupación logra recorrer las veredas y calles del Oriente
antioqueño y visitar municipios de otros departamentos del país, convirtiéndose
así en “los embajadores del pueblo” como los integrantes actuales de la banda
se denominan.
Banda actual: Fusión de
generaciones
Desde
1974 sería Bernardo Giraldo Serna, hijo de José Giraldo y nieto del fundador,
quien asumiera la coordinación del grupo.
Cada semana por más de 20
años, este trompetista reunía a los músicos en una pieza en forma de corredor,
ubicada al lado del Comando de Policía del municipio, para ensayar las obras
fúnebres de Sixto Arango Gallo, canciones que, según éste músico, “son las que
más se necesitan ensayar”.
En el 2007, la Banda
Municipal tiene que dejar este espacio. Desde entonces don Bernardo perdió la
ilusión por tocar la trompeta o salir a las fiestas populares; la pérdida de
este espacio fue un aliciente para su retiro del grupo y por tanto de la vida
musical que había tenido desde niño.
Es así como Jhon Jairo, uno
de sus hijos, se convierte en el director de la Banda Municipal de El Carmen,
la Banda Centenaria.
“El
Mono” como popularmente lo conocen, todavía recuerda cómo fue su primera
presentación con la banda: “Eso fue en 1979. Se murió un hijo de José Ramírez
(Cachumbo), un integrante de la banda. Él nos contrató para tocar el entierro.
Entonces como había ensayado toda la música fúnebre para la Semana Santa, me
dijeron que ya estaba listo para salir a tocar.”
Lo cierto es que entre los
cantos de los bajos y “los ritmos acachacados” de la Banda han crecido muchos
carmelitanos, algunos descendientes directos de otros artistas veteranos de la
agrupación.
Este es el caso del
trompetista Manuel Alzate, quien toca el mismo instrumento que su padre y ha
inculcado de la misma manera esta tradición a sus dos hijos. Hoy, entre risas,
evoca las primeras Semana Santas en el grupo: “Como la iluminación de las
calles era mala, éramos un compañero y
yo, parados en medio de la banda con unas lámparas de caperuza iluminándoles
las partituras, así fuimos comenzando.”
De igual forma, el percusionista
Daniel Ramírez, hijo del desaparecido arreglista y una vez director encargado
de la Banda, José Ramírez, comenta sobre su actuación en el grupo: “Desde los
15 años estoy en la Banda. Estoy aquí porque ésta es una tradición de familia
que me agrada, que es parte de mi vida y mientras yo esté vivo sigo con ella”.
En la actualidad la banda
está integrada por adolescentes como Edirvey Osorio, Weimar y Yeison Giraldo,
estos dos últimos tataranietos del fundador Bernardo Giraldo Aristizábal,
quienes también han tenido un inicio similar en la agrupación. Ellos aprenden a
oído muchas de las canciones que se interpretan, melodías que durante un ensayo
cualquiera de los músicos propone para montar y únicamente da una pista del
tono en que se debe interpretar.
Lo cierto es que con ellos
nace una nueva versión de La Banda Municipal de El Carmen de Viboral. Se han
convertido en un grupo de “embajadores del pueblo”, un grupo que no busca sólo
el aplauso sino la felicidad de su público favorito: los habitantes de El
Carmen de Viboral.
De esa manera, hoy, 123
años después de sus primeras retretas en los campos del municipio han logrado
meterse en la memoria de la comunidad. Desde niños los carmelitanos conocen la
Banda Municipal, la gente los quiere y en cada fiesta popular extraña la música
parrandera, sabrosa y guapachosa que, como dicen varios de sus integrantes,
ningún otro grupo es capaz de interpretar.
La banda del pueblo
Belarmina Arias, de más de
80 años de edad, recuerda la banda de los señores de El Carmen de Viboral entre 1940 y 1945, la cual según
ella estaba integrada por José Giraldo (Merejo), Baldomero Betancur, José Jesús
Ramírez (Cachumbo) y Asarías López. “Toda la descendencia de los Giraldo y de
los Cachumbos es la que la integra la banda de ahora”, aseguró.
“Lo que más lo llena a uno
de nostalgia son las salidas de la banda en Semana Santa, especialmente cuando
se hacían las procesiones diarias, que eran procesiones desde las seis de la
tarde […] La banda se paraba ahí en la entradita de la iglesia y empezaba a
animar la Semana Santa entonado su repertorio musical […] Eso llenaba bastante
de alegría, de motivación a participar de unas fiestas de esas”, Gerardo
Betancur, actual gerente de Imdeportes hace referencia a la banda desde sus
diez años.
En un tablado, encima
de terneros, gallinas y cerdos la Banda Municipal
entona compases alegres que serán la entretención de todos los feligreses. La
parroquia destina un montón de casetas de recolección de fondos para las obras
de caridad y la reparación o mantenimiento de la iglesia; la agrupación ha
participado de este evento durante décadas. “La Banda le animaba a la parroquia
todas las fiestas patronales, el Altar y
Feria de San Isidro, de ahí era donde se recogían todos los dineros para
construir la iglesia que tiene en estos momentos El Carmen […] ha sido
fundamental esa Banda para el desarrollo del municipio”, comenta el promotor
deportivo.
Como Gerardo y Belarmina,
muchos de los carmelitanos reconocen en la Banda un referente infaltable en las
fiestas y en los recuerdos de los pobladores del jardín de víboras.
Para el antropólogo y psicólogo
carmelitano Vladimir Giraldo, la Banda es sin duda parte de la memoria
colectiva de los habitantes del municipio, pero no es susceptible de ser
considerada patrimonio pues hace parte de
un entramado cultural. No es un componente cultural autóctono del
municipio, es una pequeña parte de él, que además está permeada por muchas otras influencias musicales
foráneas. Es decir, al tocar La subienda,
una cumbia de Gabriel Romero que hace referencia a la época más fértil de la
pesca rivereña cuando los peces nadan río arriba, están haciendo uso de obras
propias de otros compositores, que además fueron creadas en otro contexto
cultural que no es propio de El Carmen de Viboral.
Sin embargo, algunas de las
composiciones de esta agrupación son interpretadas exclusivamente por ellos. Es
el caso de las obras que compuso Sixto Arango Gallo, el referente musical más
reconocido de El Carmen de Viboral: “deja una huella que aún la recuerdan, de
hecho, las melodías fúnebres más bonitas y que más gratamente recuerdan los músicos
de la Banda Municipal fueron compuestas por don Sixto Arango, ellos quedaron
con esa música, y ellos siguen perpetuándolas en la Semana Santa”, dice Mario
Loaiza, músico e investigador de la vida y obra del maestro carmelitano.
Igualmente la Banda, como
cualquier otra agrupación, tiene un “saborcito” particular que la hace
auténtica, éstas características la hacen un patrimonio cultural: “sin ser
declarado […] siento que es un patrimonio porque es casi que el primer
referente artístico que uno tiene desde niño, y lo primero que uno oye en las
fiestas, en la semanas santas, es la Banda. Siempre le ha gustado a uno el
saborcito que tienen y siempre lo han conservado, es un swing propio de esa Banda”,
dijo Carlos Mario Betancur, actual director del Teatro Tespys y antiguo director
del Instituto de Cultura de El Carmen de Viboral.
Ubicados en círculo los
músicos empezaban a tocar marchas y cantos fúnebres. Los sábados santos, cuando
la virgen está dolorosa por la crucifixión del Señor, la Banda le da una serenata, a modo de consuelo.
Sin embargo, no sería “La
Dolorosa”, mujer joven con vestido adornado de lentejuelas y bordados dorados,
la única sin un consuelo esa Semana
Santa del 2003, en la que Alberto Ramírez, familiar de integrantes de la Banda,
recibió una llamada del entonces director Bernardo Giraldo Serna; la agrupación
estaba preocupada. El párroco, Luis Carlos Salazar, no había contratado a la Banda
para salir en las procesiones.
Jhon Jairo Giraldo, al
actual director de la agrupación, recuerda éste como el momento más triste en
la historia reciente de la Banda, “no haber hecho parte de la Semana Santa en
el Carmen, por no haber llegado a un acuerdo con el párroco […] y ver que la Banda
con una historia de más de 120 años de tradición, fue la primera vez que no
participó”.
Hasta hoy, ese fue el único
año que la Banda no celebró la Semana Santa. El vacío musical, la ausencia de
las obras fúnebres que Sixto Arango Gallo había compuesto especialmente para
esta ocasión y para ser interpretadas en su pueblo se sintió entre la comunidad
que preguntaba por su ausencia a los
músicos. “Se mencionó mucho y se cuestionó mucho el hecho de que el padre Luis
Carlos Salazar no hubiera tenido en cuenta a la Banda para la celebración de la
Semana Santa”, dijo Gerardo Betancur, recordando el suceso.
En primera instancia la Banda
pensó que el párroco contrataría otra, pero parados ante la procesión, viendo
la última imagen pasar no se veía ninguna agrupación “yo, sinceramente, me
sentía raro, me daba como pena que la gente me viera ahí”, dice Jhon Jairo.
Sin embargo, Alberto
Ramírez decide organizar una recolecta para sacar a la banda uno de los días.
Entre un grupo de educadores y familias se recogió el dinero para que el toque
se realizara el Miércoles Santo, una de las procesiones más hermosas: la de
“Prendimiento”.
Para Vladimir Giraldo, antropólogo
y psicólogo, el hecho de que la gente se hubiera movilizado al ver que la Banda
del pueblo no participaba en la Semana
Santa del 2003, que se sintiera una ausencia generalizada, que preguntara y que
hiciera algo al respecto, da cuenta de la apropiación. El pueblo carmelitano
extrañó su banda.
¿La Banda como patrimonio?
La discusión sobre si la Banda
puede ser o no considerada patrimonio cultural del municipio tiene
implicaciones tanto políticas como culturales y legales. La ley 1185 del 2008, que
modifica la Ley General de Cultura, considera que el patrimonio cultural “está
constituido por todos los bienes materiales, las manifestaciones inmateriales,
los productos y las representaciones de la cultura que son expresión de la
nacionalidad colombiana”.
Luis Felipe Saldarriaga,
coordinador de Patrimonio Cultural de Antioquia, explicó el procedimiento que
se debe llevar a cabo para declarar algo patrimonio: desde los municipios se
debe empezar con un inventario de sus manifestaciones culturales, lugares,
objetos o prácticas que podrían considerarse patrimonio; luego, se debe
realizar un estudio serio y muy bien argumentado sobre el por qué se debe
declarar patrimonio esa práctica u objeto. Ese documento a través de las
instancias culturales municipales debe trasladarse para su posterior estudio
por el Consejo de Cultura Departamental, ésta es la instancia más importante,
pues de obtener su respaldo el Ministerio de Cultura aceptaría más fácilmente
la declaratoria.
No obstante, el coordinador de
Patrimonio Cultural de Antioquia contó la situación por la cual pasan muchos
grupos que cumplen con las características del patrimonio, en especial los
grupos humanos que realizan alguna actividad cultural. Ellos tienen
dificultades para ser declarados legalmente patrimonio porque no se puede
asegurar su perdurabilidad en el tiempo, uno de los requerimientos de la Ley de
Cultura; además mencionó que cualquier grupo musical podría tener la aceptación
y el cariño de la comunidad, así como una trayectoria amplia y unas
características propias, pero si se declara patrimonio a una agrupación musical
como la Banda, habría que declarar a todas las demás agrupaciones, “incluyendo
a Juanes y a Shakira”.
Por otro lado, el carácter
privado que posee la Banda, al no ser una corporación o una comunidad
organizada, la imposibilita para recibir cualquier ayuda del Estado. Alfredo
Arias, coordinador del proceso departamental de bandas y de música de
Antioquia, argumenta que la Banda al no pertenecer a un proceso educativo, de
formación, por ejemplo educar en la música a
niños, jóvenes y adultos, no puede recibir dotaciones o recursos para su
mantenimiento desde la Gobernación, pues, en este caso, el énfasis que se le
está dando al proceso de bandas en el
departamento es de carácter formativo integral y además va dirigido únicamente
a niños y jóvenes.
Este caso se repite en el ámbito municipal.
Jorge Luis Orozco, abogado y ex alcalde de El Carmen, también dice que las
negociaciones con personas naturales, privados, desde la Administración Municipal,
está prohibida por la ley. El espacio que alguna vez se les ofreció era lo
único que se podía hacer para motivar la perdurabilidad de procesos como el de
la Banda de El Carmen de Viboral.
Sumado a esto, en el municipio hay
un retraso significativo en los procesos de conservación y rescate del
patrimonio. Se ha hecho énfasis en rescatar la cerámica a través de obras como
el Pórtico y la Calle de la Cerámica, además de la primera fase del museo, pero
hay otros procesos que no se han tenido en cuenta, explicó Dairo Zuluaga
Zuluaga, promotor de la Oficina de Turismo del municipio.
Carlos Mario Betancur,
anterior director del Instituto de Cultura dijo: “La Banda Municipal está dentro
del Plan de Desarrollo Cultural como los bienes del patrimonio cultural a
preservar”, además en el 2006 en el marco del lanzamiento de la Calle de la Cerámica
y de los 120 años de formación de la Banda,
se le hizo un homenaje. También hay un documento de declaratoria de patrimonio, se trató de
recolectar información y material sobre
ella para darle un rincón en el museo pero ese proceso está pausado, en parte
porque no se cuenta con presupuesto, y porque es un proceso largo de
investigación para el cual se necesitan recursos y personas capacitadas. Además
el énfasis que desde el Plan de Desarrollo Municipal se le dio a las instancias
culturales es la formación en actividades artísticas.
Uno de los grupos que la Gobernación
tiene destinado para la conservación y preservación del patrimonio son los
llamados “Vigías del Patrimonio”. Ellos son voluntarios que, apoyados por la Gobernación.
adelantan proyectos en pro del patrimonio municipal, sin embargo, actualmente
El Carmen no cuenta con el grupo de Vigías, pero según Dairo Zuluaga, está de
nuevo en proceso de conformación. Hasta ahora la Banda subsiste por sus propios
medios.
Mientras la música continúa…
Sentado en un sofá rojo y
con un cigarrillo en su mano derecha, Bernardo Giraldo recuerda el día que tuvo
que desalojar el lugar de ensayo que por más de 25 años había sido el espacio
para las complicidades, sonidos e implementos de los músicos de la banda centenaria,
reconocidos como los populares “viejitos chupacobres”.
Ahora, a sus 79 años,
rodeado de los viejos y remendados instrumentos del grupo al que ya no
pertenece, menciona que su desmotivación llegó “cuando nos quitaron el espacio
que teníamos para ensayar, ahí me salí, pero mi casa se convirtió en el lugar
de ensayo para ellos”. Los instrumentos reposan en el piso de su sala, detrás
de los muebles, en el mismo lugar al que llegaron luego del desalojo.
Poco a poco se les quitó el
espacio; de una gran sala de casa antigua, se había reducido a un pasillo
incómodo. El lugar era estrecho, muchas goteras sobrepasaban el entejado y la
tapia vieja generaba polvo y humedad evidentes en paredes, pisos, sillas y,
peor aún, en los instrumentos que dejaban en el suelo y en otros que estaban
suspendidos en un perchero. Además, las baldosas estaban en malas condiciones,
levantadas y quebradas muchas de ellas.
Sin embargo, el hecho de
tener un espacio al cual llegar para improvisar el San Juanero o algún bambuco
conocido, tararear las partituras de Flor de España y Cumbia Triste y
encontrarse con los amigos que reconocían desde muy niños... era lo que
realmente les brindaba tranquilidad y alegría, además de una sensación de propiedad
y reconocimiento.
Era allá donde “se armaban
las tertulias musicales, lo bueno era sentarse a hablar y escucharlos recordar
sus visitas a fincas lejanas, veredas y otros pueblos mientras tomaban
aguardientico, hasta que pudieran con el instrumento”, según comenta Nicolás,
quien a sus 5 años entraba a escucharlos siguiéndole los pasos su padre, Jorge Giraldo. También allí
llegaban vecinos y amigos a ser partícipes de los ensayos.
El nueve de septiembre de
2007 en las horas de la mañana, don Bernardo llegó muy temprano con sus hijos
Darío y John Jairo y dos de sus nietos. Nicolás Giraldo, vecino y ex miembro de
la Banda, recuerda que los instrumentos, repisas, sillas y papeles fueron
montados en un carro coche para el traslado hasta la casa del veterano músico,
los instrumentos más pequeños los llevaron caminando.
La imagen que recuerda
Nicolás es la nostalgia con la que el entonces director de la Banda hacía la
limpieza del espacio, “mientras pedía el favor de que le sacaran algo y
corrieran lo otro”, mientras llenaban las grandes bolsas de basura y
despoblaban el pasillo de cualquier evidencia del ambiente musical que allí se
había vivido. “Don Bernardo parecía despidiéndose del lugar, el viejito estaba
triste y no paraba de fumar, hablaba lo necesario”, como intentando disimular
cualquier vínculo o gesto que lo delatara, que delatara el dolor que poco a
poco se revelaba.
La puerta redondeada en la
parte superior quedó abierta, porque hasta el candado pertenecía a la Banda,
ahora el espacio se veía grande porque ya no guardaba nada en su interior, sólo
un atril azul en forma de ataúd que reunía a los músicos a su alrededor para
los ensayos, este viejo instrumento colectivo fue abandonado allí mismo donde
quedaron las ganas de don Bernardo, en el ensayadero.
Ese pequeño espacio que
antes estaba adornado con trompetas, trombones, tubas centenarias, boquillas y
partituras desgastadas de los años 50´s, tuvo que ser desalojado. Las tertulias
y los ensayos programados habrían de reducirse por la falta de espacio; cada
uno tendría que practicar lectura musical, ritmos y nuevo repertorio desde la
soledad musical de la casa, aguantando las quejas que empiezan a generarse en
la familia después de un rato de sonidos repetidos.
Indicaciones dadas con
anterioridad por parte de la Administración Municipal y el Comandante de
Policía Diego Alexis López, solicitaban el lugar de ensayo para una ampliación
de la sede policial. “Un día vino alguien a mi casa y me dijo que necesitaban
rápido el lugar” afirma don Bernardo, ese fue el primer aviso y aunque alarmó a
los músicos de la Banda continuaron por unas semanas más los ensayos. Luego, en
una carta expedida en septiembre de 2007 se pedía el desalojo en los siguientes
cuatro días.
La administración del
anterior alcalde, Jorge Luis Orozco, tuvo como uno de sus proyectos la
ampliación del Comando de Policía porque “no reunía las condiciones aptas para
prestar su servicio”, y siendo aprobado por el Concejo Municipal la donación
del espacio cercano al pequeño comando, se tomó el lugar de ensayos de la Banda
y las instalaciones de correo Adpostal, que también fue desalojado por esos
días.
Y aunque a los músicos de
la Banda se les ofreció un espacio en el Instituto de Cultura, bajo la
dirección de Carlos Mario Betancur, los compromisos nocturnos de fiestas
privadas no iban a facilitar el acceso a éste, las llegadas luego de las 10 de
la noche sin que hubiese una persona que les abriera las puertas del lugar,
además el vínculo con la entidad cultural “podría generar inconvenientes y
dependencias que a lo mejor ellos no
querían”, según comenta el entonces director del Instituto.
Días después, un salón en
el Coliseo Municipal fue prestado por cerca de dos meses hasta que se les pidió
para el funcionamiento de la Secretaría de Tránsito y Transporte.
Aunque estos músicos, sus
sonidos y sus instrumentos hacen parte de una tradición municipal, no tienen
personería jurídica y ese es el principal problema al momento de brindarles un
espacio, ayudas con dineros públicos o instrumentos. “No se puede beneficiar a
particulares”, afirma el ex alcalde.
Cuando se aproxima una
fiesta patronal o cívica de gran exigencia, los músicos recurren a ensayar a
casa de don Bernardo, que por su vínculo de sangre con la creación de la Banda,
hace todo para que ésta no se acabe. “A veces cuando algún instrumento se daña,
vienen a decirme a mí, y yo hasta saco plata de mi bolsillo”, sostiene el
veterano músico.
Y es que las dificultades
no se reducen a la búsqueda de locación apta para los ensayos, los instrumentos
están remendados luego de algún golpe o daño por el paso del tiempo, la
dificultad mayor son las tubas, que sobrepasan los siete millones de pesos cada
una, “es una urgencia tener una nueva, éstas tienen soldaduras sobre
soldaduras”, el actual director de la Banda afirma que “ahora hay instrumentos
nuevos porque algunos músicos se han comprado el instrumento propio, si no
estaríamos tocando con muchos más viejos”.
Las ayudas se han hecho
escasas, afirma el actual director de la Banda, John Jairo Giraldo, “antes
cuando los políticos podían nos daban uniformes o algún instrumento, también la
parroquia nos colaboraba”. Fue de esta manera como consiguieron donaciones que
les sirvieron para comprar algunas de las tubas y trompetas mostradas en las
procesiones de Semana Santa en los 50´s, instrumentos que aún se conservan, no
por su valor patrimonial y su historia, sino como instrumentos que todavía se
usan en los toques. Los instrumentos archivados suman alrededor de veinte en la
historia de 123 años de este grupo tradicional.
La Banda se sostiene,
actualmente, con los contratos de las parroquias y capillas de El Carmen de
Viboral o de municipios cercanos y por particulares que quieren disfrutar de
uno de sus toques de música religiosa, colombiana o papayera más que todo. “Los
contratos ya no son tan constantes, antes salían cada ocho días, ahora resulta
poco” afirma Nicolás Giraldo.
Luego del toque viene la
distribución del dinero, los pagos a los músicos que acompañaron con sus
sonidos. Un toque de esta agrupación cuesta alrededor de 250.000 pesos que
tienen que ser suficientes para distribuir entre los 13 músicos y para
almacenar un porcentaje al “fondo común de gastos” que guarda el actual
director de la Banda. La distribución económica se hace de acuerdo a la
experiencia y conocimientos musicales.
Como músicos empíricos no
se han asesorado en asuntos jurídicos para pedir un lugar que facilite su conservación
y continuidad en la tradición carmelitana. Así cuenten con la casa de don
Bernardo, el llegar hasta allí “a la una o dos de la mañana y tener que
despertar a mis abuelos para guardar los instrumentos es maluco, nada como un
lugar propio”, afirma el nieto de don Bernardo, Yeison Giraldo Trujillo, quien
hace parte de la quinta generación de los Giraldo desde la fundación de la
Banda.
Sin embargo, algunos
políticos y personas del municipio alaban esta labor y buscan ayudas para
ellos. Es el caso del concejal Álvaro Alzate, quien asegura que desde muy niño
tiene conciencia de la Banda y por eso su gestión con el alcalde ha estado
marcada por darles un espacio adecuado, que según dice él sería donde
actualmente se tiene la Personería o la Comisaría, “uno de los dos y será
pronto” concluye.
La labor de la Banda ha
estado marcada por grandes colaboraciones que hacen algunas personas que los
contratan por puro gusto, es el caso de Gonzalo Alzate, un líder de la vereda
El Cerro que hace algunos años les donó unos uniformes de color verde con los
que todavía se defienden. Este mismo líder contrata constantemente los músicos
porque tiene muy buenos recuerdos de ellos, “cuando él llegó a la casa luego de
estar secuestrado, la Banda le hizo un recibimiento, él estaba feliz”, afirma
su hijo Álvaro Alzate.
Las dificultades económicas
y financieras no han acabado con esta tradición musical, y al preguntarle a
John Jairo qué es lo que los mantiene unidos, él afirma que “todo es por la
gran amistad que nos une, muchos de nosotros crecimos juntos mientras nos
hacíamos músicos”, esto sumado al empeño de los viejos músicos que ya no están
y de los actuales miembros de la banda, que no han permitido que la música
fúnebre de Sixto Arango y el sabor propio de esta banda popular se acaben.
Precisamente Vladimir
Giraldo, habitante del municipio, afirma que “uno ha visto ese proceso de
crecimiento de ellos, los ha visto pasar de niños a jóvenes, de jóvenes a adultos y de adultos a
viejos; hasta que abandonan la Banda”.
De hecho, otro factor
difícil que han enfrentado muchos de los músicos es la misma vejez, que ha
llegado con enfermedades o con el cansancio suficiente para las largas
caminadas en los desfiles religiosos, el fuerte sol en sus recorridos, la
lluvia de los viernes de viacrucis, los
ruidos y estragos de la pólvora.
Don Bernardo desabotona un
poco su camisa y muestra que en su cuello tiene una cicatriz producto de unas
Fiestas del pueblo, donde la pólvora llegó al lugar donde estaban tocando, a
pesar de todo siguió dando voz a su trompeta.
Nicolás
Giraldo, ex miembro de la agrupación, recuerda que él y su hermano entraron a
la Banda, precisamente, porque muchos de los músicos veteranos se habían salido
por algunas enfermedades y porque ya no aguantaban como antes.
Uno
de los casos que más recuerda Nicolás es el de Jesús Daniel Betancur
“Danielito” como lo llaman en el grupo. “Danielito” era parte de la Banda desde
la época de Baldomero Betancur, desde que tenía 14 años y toda su vida la pasó
tocando el trombón de émbolos, un extraño y viejo instrumento que sólo él
entendía.
Con
el paso del tiempo, era más difícil para él desfilar en los viacrucis,
trasnochar en las retretas o viajar a otros municipios. Fue un día en uno de
los desfiles de Semana Santa donde los demás músicos se adelantaron; él, contra
su voluntad, daba pasos para intentar alcanzarlos, pero estos eran lentos y él
se perdía entre la multitud que seguía la procesión, “se iba quedando, se iba
quedando y aunque tratábamos de esperarlo la distancia era mayor”. Luego, en la
iglesia, le entregó a don Bernardo su instrumento y le dijo que ya no era
capaz.
Desde
entonces “Danielito” ya no toca, y tiempo después de haberse retirado Nicolás
recuerda que “una vez, pasando frente a su casa en uno de los desfiles,
Danielito vio la Banda desde su puerta y se entró” para no ver pasar a sus compañeros.
Don
Bernardo también ha librado una lucha con su edad, ahora sus pasos son más
lentos y ya no puede estar de pie mucho rato.
Sentado
en el sofá de su sala, en el mismo lugar al que llegaron los instrumentos por
causa del desalojo y en el que de vez en cuando ensayan como grupo, dice que no
le gusta tocar ya “que pereza uno tan viejo por allá, ya no soy capaz de tocar
parado y que pena tocar sentado”.
Este
músico menciona a los profesores con los que él se hizo trompetista: José
Ramírez, Sixto Arango y Baldomero Betancur, a quienes les llegó la vejez para
impedir que sus manos cogieran los instrumentos de cobre y sacaran sonidos conocidos,
“ellos ya murieron, pero con ellos aprendí, tuve la oportunidad de compartir y
tomar mi primer aguardiente”.
En
la sala de su casa, amplia e iluminada por los rayos de sol que entran a través
del ventanal al lugar donde se dan los “ensayos sobre la marcha”, don Bernardo
abre el estuche de su trompeta plateada, la saca y la limpia con un trapo rojo,
mientras sonríe arrugando un poco más el rostro y dejando ver el brillo de sus
ojos.
Su
trompeta brilla como un espejo, pero don Bernardo se resiste a tocar una
melodía en ella, afirma que ya se le olvidó, que poco práctica, pero el hecho
de conservarla le trae recuerdos de las vivencias que han opacado las
dificultades y lo invitan a continuar dando fuerza a una tradición de familias
que se ha hecho un referente carmelitano.
Mirando
su trompeta dice en voz baja “esto fue lo que me quedó de la música”.
Género: Reportaje. Noviembre de 2010.